AL FILITO
Las luces de Bruno y las sombras de Cádiz
Me parece bien que quiera brillar. Pero de tanto mirar hacia arriba se le ha olvidado el suelo, donde vivimos los demás
Cádiz está más sucia que nunca. Parece mentira que esto se diga dos años después de habernos librado del Fenómeno que, tras el Maremoto de 1755 y la Explosión de 1947, más daño a hecho a esta ciudad, pero así son las cosas.
Rara es la calle que esté en estado de revista. Tanto en las aceras como en el pavimento reina una mugre compacta, bien reseca, en capas que parecen barniz de abandono. Calles arboladas y plazas —sí, han sobrevivido— donde la porquería acumulada se mezcla con guano de palomas, cotorras y excrementos caninos. Es tal el riesgo de transitar por ellas, que terminan evitándose, lo que hace que a la suciedad se le una la sensación de abandono, abundantemente ahumada por los efluvios de todo ese detritus en descomposición. Aventurense a pasear por la Calle Tolosa Latour, la Barriada de España o por cualquier otro rincón de extramuros y denle un disgusto a sus sentidos.
Los parques, jardines y parterres -que aún queda alguno- no parecen descuidados, es que están agonizando. El colofón al despropósito lo ponen baldosas levantadas, borduras reventadas, husillos desencajados... Y la iluminación, esa gran ausente. Recientemente transité de noche por la Avenida Doctor Gómez Ulla (la acera del Parque Genovés) y pensé que se estaba perdiendo una ocasión de oro para hacerle la competencia a San Fernando por Tosantos: podría montarse allí un «Paseo del Terror» sin gastar un céntimo, tan solo manteniéndolo como está, con actores de reparto incluidos.
El alcalde ahora se ha puesto la gorra de la Navidad y aspira a liderar el club de los «illuminati» festivos. Me parece bien que quiera brillar. Pero de tanto mirar hacia arriba se le ha olvidado el suelo, donde vivimos los demás. Porque Cádiz no necesita más luces: necesita un gobierno que alumbre. Y si el alcalde no ve la mugre que pisa, quizá sea hora de que otro le barra el sitio.
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