Eurasia, 1984

Cuando comenzó la supuesta invasión de Ucrania, muchos nos sobrecogimos. Aquellas primeras imágenes y crónicas periodísticas que revelaban los crímenes execrables de los desalmados hijos de Putin nos soliviantó hasta el extremo de pedir, a voz en grito y mediante columnas de prensa, una contundente respuesta militar europea y trasatlántica. Teníamos que defender a esa pobre gente y, sobre todo, desgraciados egoístas, teníamos que defendernos a nosotros mismos de una amenaza semejante. Y en esto fuimos verdaderamente paneuropeos, pues idéntico sentimiento surgió a todo lo largo y ancho del continente, uniendo a latinos, germánicos y eslavos.

Pronto aparecieron los burócratas que, como aquel eurodiputado meapilas que apareció por Cádiz para dar una conferencia y cuyo secretario se molestó porque en mi columna llamara «tipo» -¡uy!- al objeto de sus artes laudatorias, trataban de apaciguar el ánimo quijotesco desvelando las «eficaces medidas» que acabarían con la guerra: expulsión de competiciones deportivas, boicot económico...

¿Recuerdan la Guerra de los Balcanes o las dos Guerras del Golfo? ¿Qué saben, hoy, de la de Ucrania? Ciber-piratas, accidentes aéreos lejanos, soldados norcoreanos, millones en armamento y un tipo en uniforme de camuflaje en cumbres internacionales.

¿No les parece raro? Relean «1984» y quizás no les sorprenda tanto. Aunque allí no encontrarán nada sobre la subida del precio del aceite.