OPINIÓN

El día de la victoria

Debemos aquietarnos ante quienes insultan y desprecian nuestros símbolos nacionales y permanecer inalterables ante los ataques

José Colón

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Como suele ocurrir con demasiada frecuencia, justo en el último minuto antes de ponerme ante las teclas sucede algo que da al traste con mis mejores objetivos sobre el contenido de esta columna.

Otras veces sí he pregonado, creando armadijo, la temática sobre la que presuntamente iba a escribir, desgranándola sucintamente mientras subrepticiamente rellenaba el hueco debido antes de culminar, en dos líneas poco elaboradas y confesadamente onomatopéyicas, mi periódica obligación con quien me ha proporcionado este púlpito. Pero no será hoy cuando reitere esa práctica.

Superado ya, con el anterior párrafo, el debido homenaje al Congreso de la Lengua, entro ya en unas profundidades que -me consta- solo podrán traerme dolor de cabeza. Me tomaré, pues, la aspirina. Ahí va.

Estoy literalmente harto de contentar a la morralla intelectual que nos infesta. No fue Dostoievski quien la escribió (aunque erróneamente se le atribuya), pero la frase «La tolerancia llegará a tal nivel que a las personas inteligentes se les prohibirá pensar para no ofender a los idiotas», quienquiera que fuera su creador y su tiempo, describe perfectamente nuestro mundo actual. Los idiotas han convertido a este país como un nuevo campo de batalla (gracias a Dios, por ahora, dialéctica e ideológica) y no pasa un día de nuestras vidas sin que tengamos un roce con algún odiador resentido. Los hay de dos grupos claramente definidos: uno, formado por gente alérgica al papel impreso que traga y repite consignas insertas en ripiosos pasodobles de tercera; y el otro, más ruín, formado por quienes eructan esos ripios entre quienes no tienen criterio para mantener el chiringuito.

El pasado sábado se cumplieron 84 años del fin de una guerra fratricida. Esa Guerra sobre la que mi padre, recluta requeté a sus 16 años y sin la más remota idea sobre la existencia -y no diremos ya la ideología- del realismo fernandino, nunca quiso hablarme y que quedó resuelta, militarmente, el uno de abril de 1939 y, políticamente, el seis de diciembre de 1978, fecha en la que los ex-combatientes, sus hijos y -en su ausencia- sus allegados, decidieron de forma abrumadoramente mayoritaria, y escrupulosamente democrática, sanar la herida y dar paso a una nueva era. Unos renunciaron a sus derechos de conquista (que no es poco) y otros a sus ínfulas de revancha.

Lo que resulta evidente, a la fecha en la que estamos, es que aquel gran acuerdo nacional ha caducado. Los nietos de papá de aquellas clases sociales humildes -que vivían en la más absoluta miseria durante la maravillosa etapa republicana y que solo accedieron a la propiedad de una (o dos) viviendas y un coche, seguro médico, educación para sus hijos y vales de economato cuando gobernaba aquél a quien nunca replicaron en vida- infestan nuestra vida diaria inoculando odio y un resentimiento inaudito. Podría decirse que fuera inexplicable, si no fuera por la evidencia de lo nauseabundo.

Hoy tenemos que convivir con filo-terroristas y separatistas, comunistas y delincuentes convertidos en parlamentarios. Debemos aquietarnos ante quienes insultan y desprecian nuestros símbolos nacionales y permanecer inalterables ante los ataques. Hoy, usted no puede expresar su opinión sobre la presencia de la selección nacional de Marruecos en un establecimiento público, pero debe doblar la cerviz cuando una fulana gorda y fea saca las tetas en una iglesia y riega el altar con sangre marrón. Hoy tiene usted que deslomarse trabajando para mantener a una caterva de vagos y maleantes más numerosa que cualquier ejército rebelde, sin que ello le asegure que quedará algo para dar de comer a su propia familia, pero no puede criticar el sistema por temor a que cualquier analfabeto cariado le llame «facha».

Hoy los idiotas se esfuerzan por replantear nuestro modo de vida mientras la gente de bien solo pretende no volver a celebrar, nunca, otro Día de la Victoria. Pero no lo ponen fácil.

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