OPINIÓN

Orgullo

En el fondo, no es más que un reflejo de la realidad social actual, en el que hemos pasado del individualismo al «etiquetado colectivo»

Javier Fornell

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Estamos en la semana del orgullo, una semana en la que todo el mundo celebra los logros conseguidos, a la vez que reclama nuevos derechos y denuncia los ataques a gays y lesbianas. Avances que, en Europa, son cada vez más importantes, aunque una parte minúscula del espectro político haya tomado al colectivo como el nuevo enemigo a vencer; mientras otra parte lo use como arma arrojadiza en busca de rédito favorable. Y por medio, la gran mayoría de la sociedad que trata de normalizar lo que es normal frente a tanta guerra.

Una guerra que se utiliza desde la extrema derecha, quien necesita un enemigo al que confrontar: si en el pasado fue la alianza judeo-masónica, ahora es el colectivo homosexual el que se pone en el ojo del huracán. Y, en nuestro país, con la ayuda inestimable de una izquierda que, al levantar la bandera Trans, ha conseguido una profunda división entre homosexuales, principalmente en las lesbianas, y en los grupos feministas.

Y esa división es una de las cosas más curiosas del colectivo. En contra de lo que pueda parecer, al menos en nuestro país de locos, parece haberse creado una especie de carrera para conseguir derechos y beneficios, más que una lucha real por las personas. Dividiéndose una y otra vez en subgrupos que defienden la infinidad de realidades sexuales que existen en la actualidad. Y precisamente esa división está terminando por romper la fuerza que veremos esta semana en la calle.

El divide y vencerás, en el mundo gay se está haciendo desde dentro del propio colectivo, y eso le resta fuerza a un movimiento político necesario para consolidar la igualdad entre las personas. Sin importar su condición sexual, sin importar sus gustos sexuales. Desgraciadamente, las etiquetas han comenzado a ganar peso y con las etiquetas, las banderas. La bandera arcoíris agrupaba a todos, pero ahora cada cual alza su bandera en una defensa individual y, muchas veces, excluyente. Y en la exclusión llegan las fobias, con el prefijo que quieran; y con las fobias se crean nuevos fantasmas y enemigos a los que vencer. Un enemigo dividido que una vez al año sale festivo a la calle olvidando la lucha colectiva.

En el fondo, no es más que un reflejo de la realidad social actual, en el que hemos pasado del individualismo al «etiquetado colectivo». Y se hace con cada vez rasgos más definitorios y, por tanto, en grupúsculos más pequeños. A la par, se crean divisiones y luchas internas, como si pudiera haber personas de primera y segunda; como si, de pronto, se hubieran olvidado del lugar del que venían para repetirlo con los que son diferentes dentro de sus propias diversidades afecto-sexuales.

Mientras, algunos pensamos que debemos ir a romper etiquetas y que el verdadero triunfo sea cuando no sea necesaria una semana del orgullo. Será entonces, cuando hablemos de personas sin marcar, cuando realmente el Orgullo haya cumplido el objetivo por el que fue creado. Pero para eso, creo, debe alejarse de los postulados políticos y de partidos que usan en beneficio propio una lucha justa.

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