OPINIÓN
El legado de Francisco
Ojalá una línea continuista, en la que la apertura siga vigente buscando abrir sus puertas a todos sin importar ideales anclados en un pasado ya superado
Se marcha el Papa Francisco casi como llegó: sin aspavientos ni actos rimbombantes. Y lo hace en un día marcado en el calendario pastoral católico: el domingo de Resurrección. El díscolo jesuita argentino que se convirtió en Papa llegó al Vaticano para darle un aire ... nuevo, de modernidad, y acercar la Iglesia a la sociedad del siglo XXI. Doce años de papado que han dado para mucho más de lo que se ve a simple vista y que, esperemos, deje un legado largo y fructífero.
La Iglesia de Pedro necesitaba ese aire de renovación. Así ha sido a lo largo de los siglos, y eso es lo que le ha permitido mantenerse viva y en constante evolución. Una evolución que en estos tiempos se veía mucho más necesaria ya que éramos muchos los que deseábamos que la Iglesia volviese sus ojos a los más desfavorecidos y necesitados; y, por tanto, al discurso primigenio de Jesucristo.
Por desgracia, a Francisco le han quedado muchas cosas por hacer. Y, lo que es peor, también ha dejado muchas cosas a medias. Ahora tocará ver qué vía toma la Iglesia en la elección del nuevo pontífice. Ojalá una línea continuista, en la que la apertura siga vigente buscando abrir sus puertas a todos sin importar ideales anclados en un pasado ya superado. Sobre todo ahora que la deriva política nos lleva a una Europa totalitarista y radical (a uno y otro lado), y en medio del mayor dilema de la historia del viejo continente: enfrentarse a una migración masiva que no desea aceptar los principios básicos de nuestra sociedad humanista y cristiana.
La otra vía es la conservadora. Un regreso al pasado pre-Benedicto XVI (más abierto de lo que desde fuera de la Iglesia se trata de hacer ver). Una vuelta al radicalismo eclesiástico y al intervencionismo político. Personalmente, espero que esto no se llegue a darse, ya que el legado de Francisco debería perdurar para que la Iglesia siga abriéndose a todos, como Cristo hizo. Todo lo demás será un profundo error, un retroceso del que quizá nos arrepintamos en el futuro. Ahora, más que nunca, la Iglesia debe ser lugar de unión y comunión entre los pueblos.