OPINIÓN

Camino de un estado cofederal

Es fundamental que desde los partidos políticos nacionales se trabaje por una unidad estatal que impida el aumento de las desigualdades entre los ciudadanos españoles

Javier Fornell

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España cumple 45 años desde que la concordia en este país quedó reflejada en el refrendo de la Constitución de 1978. Se acerca ya a los cuarenta y siete que cumplió la de 1876, la más longeva de nuestra historia. En estos años, el país ha cambiado mucho, pero hay principios que se han mantenido hasta ahora. Y eso que nuestra Constitución guarda más de lo que dice; por ejemplo, la solución al problema catalán si aceptásemos lo que somos: un estado federal.

El estado de las autonomías no es más que eso: un estado federal encubierto que permite al gobierno central mantener algunas políticas comunes (por ejemplo, seguridad, relaciones exteriores y, hasta ahora, el control de la Hacienda Pública); pero que da a las autonomías casi plenos derechos sobre otros como la educación o la salud. Sin embargo, por nuestro complejo nacional, no somos capaces de llamar a las cosas por su nombre y tendemos a enmascarar la realidad para hacerla entendible y llevadera.

Quizá por eso los padres de la constitución optaron por un estado autonómico que, sin romper el «Una, grande y libre» heredada del franquismo, diera libertad a las supuestas comunidades históricas (entre las que se coló Andalucía por la puerta de atrás). Fue en ese momento cuando se creó la España de las dos velocidades, en la que vascos y catalanes ganaban peso frente al resto de comunidades. Se aprovechaban de un Estado que estaba necesitado del apoyo de los industriales de una y otra región para continuar «el milagro español». Por eso, se jugó a la ambigüedad; un no pero sí que daba poder a unos, para acallar sus intentos de una mayor independencia. Y, de paso, se silenciaba a los herederos del franquismo que temían el desmembramiento de España.

Así, se daban alas a los más radicales que mantenían la esperanza de una independencia de facto, que aun trataban de conseguir con medios violentos desde ETA y Terra Lliuvre. Pero el nacionalismo catalán encontró un camino más rápido para alcanzar su objetivo: el control parlamentario. El método D'Hont se convertía en su mejor herramienta, esa que hace que catalanes y vascos dominen la política nacional. Y esto, unido al narcisismo de Pedro Sánchez, hace que cada vez estemos más cerca del cambio de régimen que nos llevará de un estado federal disfrazado de autonómico, hasta uno confederal en el que el Gobierno Central no sea más que un mero formalismo sin poder.

La amnistía a Puigdemont y los suyos; la presencia de un mediador internacional; y la pleitesía que Sánchez rinde a los catalanes para conseguir mantenerse en la poltrona, son pasos necesarios para continuar ese cambio de paradigma político. Por eso, es fundamental que desde los partidos políticos nacionales se trabaje por una unidad estatal que impida el aumento de las desigualdades entre los ciudadanos españoles. Más aún cuando el objetivo final es el mantenimiento en el gobierno de un presidente borracho de poder y dispuesto a todo por continuar cuatro años más en el centro de atención.

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