Nuestra sangre marinera

Lo mejor que le ha pasado a Cádiz a lo largo de su historia siempre vino por mar; este es un buen momento para recordarlo

Ignacio Moreno Bustamante

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Todo lo bueno que le ha ocurrido a Cádiz a lo largo de sus más de tres mil años de vida llegó por mar. Y si no todo lo bueno, al menos sí la mayoría de lo mejor. Las páginas más brillantes de la historia de nuestra ciudad contienen nombres de barcos, de marinos y de comerciantes que un día la convirtieron en una de las más importantes no ya de España, sino del mundo. No sólo Cádiz, sino todos aquellos municipios de la provincia con puerto de mar, especialmente Sanlúcar de Barrameda, desde donde partieron Magallanes y Elcano en busca de nuevas rutas, aventuras y riquezas en forma de especias como la canela, el clavo, el azafrán o el cardamomo. Sin embargo, y desde aquí lo hemos denunciado en no pocas ocasiones, aquellos tiempos pasaron y desde entonces nos hemos empeñado en vivir de espaldas a un mar, a todo un océano, que nos baña y nos brinda tantas y tantas oportunidades desaprovechadas.

Cádiz tiene que recuperar su idilio con el mar. Estamos obligados a empaparnos de todo lo bueno que nos trae. No hablo sólo de turismo, que también. En este siglo XXI en el que vivimos parte de la riqueza que nos ofrece el Atlántico llega en forma de turista –habitualmente extranjero– al que tratamos de ofrecerle lo mejor de nosotros. Al margen de nuestra riqueza natural en forma de sol, luz y agradables temperaturas, los gaditanos completamos la oferta con monumentos, espectáculos, comercios y gastronomía. En general esos deberes están bien hechos, aunque todo es mejorable. Sin embargo, es manifiestamente insuficiente. El mar ofrece mucho más. Nos permite ser puerta de entrada de mercancías con destino a toda Europa. A día de hoy la mayor parte de ese 'pastel' se lo lleva nuestra hermana Algeciras. Pero seguro que hay fórmulas para complementar al puerto algecireño. Fórmulas que pasan fundamentalmente por unas mejores infraestructuras que nos permitan ser más competitivos. El tren de la Cabezuela, que se está construyendo precisamente en estos momentos, es buen ejemplo de ello.

Somos ciudad portuaria –con todo lo que ello significa– pese a que las más de las veces se nos olvida. Este fin de semana es un excelente momento para recordarlo. La celebración de la Gran Regata Magallanes–Elcano, a la que hoy despedimos con una mezcla de alegría por lo vivido y tristeza por el adiós, debe servir para recordárnoslo. Para tener siempre presente que nuestros días de mayor gloria siempre tuvieron como protagonistas a los buques llegados de ultramar. Que por algo nuestra diosa Gades tiene su mirada perdida en él. Y que fenicios, romanos y cartagineses no llegaron aquí por tierra, sino navegando. Nuestra sangre es salada. Nuestra piel es marina. Nuestros ancestros son descendientes de Hércules, pero también de Neptuno. No renunciemos a nuestro mar, que son nuestras raíces. Y, sobre todo, no olvidemos que somos unos afortunados por vivir junto a él. El poeta bien lo sabía.

El mar. La mar. / El mar. ¡Sólo la mar! / ¿Por qué me trajiste, padre, a la ciudad? / ¿Por qué me desenterraste del mar? / En sueños la marejada me tira del corazón; / se lo quisiera llevar. / Padre, ¿por qué me trajiste acá? / Gimiendo por ver el mar, / un marinerito en tierra / iza al aire este lamento: / ¡Ay mi blusa marinera; / siempre me la inflaba el viento / al divisar la escollera! (Rafael Alberti).

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