SIN ACRITUD

De enchufes y aforados

En los años de crisis muchos pusieron en duda la labor de las diputaciones; el problema no ese, sino los que las utilizan de forma inmoral para su beneficio o el de sus familiares

Ignacio Moreno Bustamante

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Durante los años más duros de la última gran crisis económica, y al albur de los populismos, se puso en duda todo nuestro sistema democrático. Y nuestras instituciones. «No nos representan», «La casta», «Lo llaman democracia y no lo es», «Democracia Real YA»... Una pereza de gente. Muchas protestas y pocas soluciones reales que realmente redundaran en la mejora de los ciudadanos. Mucho eslogan y poca sustancia. Así estuvieron unos cuantos años. Y aún hoy persisten algunos. Pocos, afortunadamente. Y bastante desactivados. Su gran líder, por cierto, anda por ahí pidiendo dinero a todo el que quiera dárselo para sacar adelante su bar en Madrid. De algún modo tendrá que seguir pagando el 'chaletaco' de Galapagar. Ya ve que si nos ponemos a jugar a demagogos y populistas, todos sabemos hacerlo. El caso es que durante aquellos años se pusieron en duda muchas de nuestras instituciones públicas. Y una de las más atacadas fueron las diputaciones. Según algunos medios afines a la causa, su eliminación hubiese supuesto un ahorro para las arcas del Estado de 600 millones de euros. Así, de entrada. Además de eliminar de un plumazo 'chiringuitos' paralelos y duplicidades. Contado así, y en aquel contexto de indignación, corrupción y crisis galopante, hubo muchísima gente que compró el mensaje. Normal. Lo que no contaba todo el populismo recalcitrante es la función vital que cumplen las diputaciones, sobre todo en los municipios más pequeños de cada provincia. En el caso de Cádiz, por ejemplo, es palmario. La inmensa mayoría de los pueblos de la Sierra dependen de la Diputación a la hora de recaudar y gestionar los tributos. Solo por eso, de haber sido eliminadas, los ayuntamientos más pequeños hubiesen tenido que asumir unas competencias y unos gastos del todo inviables. Las diputaciones ejerce de 'hermano mayor' y es básica para el funcionamiento administrativo de los consistorios.

El asunto, pues, no es ese. Ni tiene que ver con sus costes. Obviamente todo se puede ajustar, optimizar. Es más que probable que haya determinados servicios sobredimensionados. Pero no más que los propios ayuntamientos, los gobiernos autonómicos o el central. El gran problema de las diputaciones, y desde luego de la Cádiz a lo largo de las últimas décadas, es que han sido un auténtico coladero de enchufes de cuñados, esposas, hijos, amigos y amantes. Fueran cargos de confianza, compañeros de partido o de juergas nocturnas, el enchufismo ha sido la nota predominante. Al punto de 'heredar' cargos. Trabajadores que cuando se jubilaban eran sustituidos por sus propios hijos como si de una empresa familiar se tratara. La definición perfecta de 'cortijo'. Todos recordamos al que fuera chófer de varios presidentes socialistas de la Diputación de Cádiz, uno de los miembros fundadores de lo que se conocía como el clan de Alcalá. Con el tiempo, su hija fue nombrada directora del Instituto del Flamenco, de ahí a parlamentaria andaluza y después ministra de Igualdad con el inefable Zapatero. Para finalmente acabar en Nueva York, donde lleva casi tres lustros como directora ejecutiva de la Agencia de Naciones Unidas para la Mujer. Si eso no es progresar a ver qué lo es. Aído, Bibiana de nombre. Su caso, aunque no es directamente un enchufe de Diputación, es muy esclarecedor de cómo ha funcionado y a lo que se ve, siguen funcionando las cosas. Por eso no extraña a nadie el caso de David Sánchez, hermano del presidente del Gobierno, y cómo le crearon un puesto 'ad hoc' en el Conservatorio de Música de Badajoz. Lo que no habíamos vivido nunca es que el que le consiguió el puesto por la cara, el mismísimo presidente de la Diputación, abandone su cargo para irse al Parlamento de Extremadura y de este modo aforarse de cara al juicio. Una estratagema que no le librará de sus responsabilidades penales pero que sí alargará el proceso. Al menos hasta después de las próximas elecciones generales. De este modo sale del foco mediático y no perjudica a Pedro Sánchez. La bajeza moral es de tal calibre que resulta complicada de calificar. Deshonra, infamia, deshonor, sinvergonzonería... elija usted el que quiera. El problema no son las diputaciones, no. El problema son los que las utilizan de manera ilegítima y torticera. Con esos es con los que hay que acabar. Sacarlos de la vida pública. Y que den con sus huesos en la cárcel.

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