SIN ACRITUD
Dios nos coja confesados
En momentos de crisis como los que nos vienen ocurriendo en los últimos años, los ciudadanos necesitamos soluciones, certezas y protección; para eso están los líderes, pero todo esto nos ha pillado con el peor líder posible
Cuando hay dudas, el ser humano busca certezas. Cuando hay miedo, protección. Cuando hay problemas, soluciones. Y cuando se unen la dudas, el miedo y los problemas, aquel que emerge y ofrece certezas, protección y soluciones se convierte en un líder. En alguien de quienes ... todos se fían y con el que irían al fin del mundo. En nuestro sistema de convivencia, desde hace siglos, tratamos de adelantarnos a los acontecimientos y elegimos a nuestros líderes de antemano. Presidentes les llamamos. Y así, cuando llegan las dudas, el miedo y los problemas, ya sabemos directamente a quién acudir para que nos dé las certezas, la protección y las soluciones que ansiamos. En nuestro caso el líder se llama Pedro Sánchez. Qué le voy a contar. Para empezar, ni una certeza. A día de hoy seguimos sin saber exactamente qué ocurrió. El ciberataque parece definitivamente descartado. Nos centramos en la hipótesis de la avería, que no se sabe qué es peor. Si un 'hacker' en un país remoto dejándonos a oscuras o unos responsables de Red Eléctrica Española puestos por enchufe –perdón por el chiste fácil– y que son unos completos inútiles para la labor que les han encomendado. El caso es que a ciencia cierta aún no sabemos nada. Ni tiene pinta de que lo vayamos a saber. Soluciones, menos aún. Si hay algo que tenemos claro es que esto puede volver a pasar en cualquier momento. Que llevan una semana de reuniones, de declaraciones, de mensajes ideológicos, de buscar culpables, de moralina ecologista... pero no han hecho nada que nos garantice que usted no va a volver a quedarse encerrado durante horas en un ascensor o en un tren en medio de la nada. Por supuesto, protección, ninguna. Cada cual se tiene que buscar la vida por si mismo. Por eso se han agotado en los chinos las linternas, los hornillos de gas, las radios a pilas y las velas. Estamos completamente en manos de un señor que hace apenas un mes aseguraba con rictus muy serio, hasta enfadado, que España nunca, jamás, iba a tener un apagón como el que hemos tenido. Que eso era cosa de la ultraderecha y de la 'fachosfera'. En manos de un presidente que ha hecho de la mentira su marca personal. Que reconoce abiertamente que miente y nos trata como a retrasados mentales –perdón ahora por la incorrección política– diciendo que son «cambios de opinión». Que no busca soluciones, sino culpables en quien escudarse para desviar la atención de su absoluta falta de liderazgo. Que todo lo convierte en un asunto de buenos y malos, de la derecha y la izquierda, de fachas malos y progresistas buenos. Que cava trincheras en lugar de construir puentes. Que necesita politizar todo lo que ocurre para poder seguir expandiendo la ideología chantajista que le mantiene en el poder. Lo ha hecho ahora con un corte de luz, pero ya lo hizo antes –siempre de la mano de su socio de turno– con el ecologismo, con el racismo, con la identidad sexual o con las condenas a los violadores. Todo lo coloca en un bando. O conmigo o contra mí. Hasta nuestras relaciones sexuales quiere controlar. En lugar de un líder, tan necesario en estos tiempos, tenemos al timón al equivalente a un mono con dos pistolas. Un peligro público.
Y es que cuando Sánchez sale a decir que una pandemia durará apenas unos días, prepárese para comprar mascarillas para dos años. Si dice que no va a subir impuestos para aumentar el gasto en Defensa, vaya rascándose el bolsillo. Y si afirma rotundamente que no habrá más apagones, ya está usted tardando en bajar a por pilas y linternas. El presidente del Gobierno es todo lo contrario a un líder. Y si alguna vez lo fue, a estas alturas está ya absolutamente quemado y fundido. El problema es que se aferra a su sillón como una lapa y vende su alma a quien sea necesario con tal de seguir ahí. Así que, si vuelve a ocurrir un hecho 'apocalíptico' como los que vienen repitiéndose últimamente, lo único que podemos decir es aquello de que «Dios nos coja confesados'. O al menos con latas de conservas en la nevera, un hornillo, linternas y varias garrafas de agua en la despensa. Ah, y una radio de pilas.