Un cuento de Navidad

Aquel niño nació un 25 de diciembre y su padre era carpintero: ambos hechos le marcaron desde muy pequeño

Ignacio Moreno Bustamante

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Aquel niño nació tal día como hoy, 25 de diciembre. Lo hizo en la pobreza. No absoluta, pero sí rayana a uno de tantos ridículos eufemismos: la exclusión social. Sin embargo, tuvo la enorme suerte de estar rodeado de un amor que compensó cualquier carencia material. Realmente nunca necesitó más que lo justo para ser feliz. Y tuvo una infancia plena. Sin lujos, sin ostentaciones, pero siempre abrazado por el cariño de su familia. Según se fue haciendo mayor fue también descubriendo que no todo era tan bello como a él se lo pintaban. Había muchas cosas que le ocultaban. Por ejemplo, que para poder ponerse las botas que calzaba, su padre tenía que arreglar muchas sillas estropeadas, mesas que estaban cojas, cortar, pulir, lijar... hasta convertir hoscos bloques de madera en muebles impolutos. Horas y horas, días y días, meses y meses, años y años. Toda una vida dedicada a un oficio que le permitía dar a su hijo un techo, una cama y ponerle un plato de comida en la mesa. Y pese a su agotamiento crónico, siempre trataba de buscar un rato para estar con él. Por Navidad incluso le hacía juguetes de madera en el taller. Igual que su madre, que compaginaba la ayuda en la carpintería con todas las tareas del hogar. Aquel niño, que nació un 25 de diciembre de 1972 cumple hoy 50 años. Esa coincidencia en la fecha de su nacimiento, y el hecho de que su padre también se dedicara a la carpintería, le marcó desde muy pequeño. Tanto que no pocas veces llegó incluso a pensar que no viviría para cumplir los 34. Por alguna extraña razón temía morir justo a los 33. Pero nada más lejos de la realidad. Ese niño es ahora un hombre maduro, sano, fuerte. Y triunfador. Los desvelos de sus padres le permitieron tener una buena formación y posteriormente desarrollar una exitosa carrera profesional. Su posición económica actual, gracias también a su esfuerzo y talento, es envidiable. Y ha podido compensar en parte a su madre -su padre falleció hace ahora casi diez años- comprándole una casa en la que vive tranquila y con la felicidad propia de quien tiene la conciencia limpia.

Aquel niño que ahora cumple 50, tiene dos hijos. A ambos les dio desde pequeños todo lo que él no pudo tener. Les concedió todos los caprichos, los colmó de regalos y accedió a todos sus deseos. Los sobreprotegió, en su intento de ser el mejor padre posible. Incluso un amigo para ellos.Y según fueron creciendo, sus hijos se fueron alejando de él. Acostumbrados a tenerlo todo, eran incapaces de valorar el esfuerzo de sus padres. Lo querían todo y lo querían para ya. Jamás pedían. Exigían. Y nunca tenían suficiente. Estaban convencidos de tener muchos derechos y no eran conscientes de apenas ninguna obligación. Nunca estaban satisfechos. El más mínimo inconveniente, el más leve revés, les amargaba infinitamente. Unos lloricas, como decía su padre. Esto antes no era así, pensaba. Valorábamos más las cosas porque teníamos muy pocas. Ahora todos tienen de todo. Y encima están las redes sociales, que les alejan más de la familia. Tienen acceso al mundo entero, literalmente, pero están más aislados que nunca. Se supone que hemos progresado, pero en realidad hemos dado pasos para atrás. Demasiados. Todo eso pensaba mientras le daba a 'Aceptar' el pago del último modelo de teléfono que había adquirido para el pequeño, de 16 años. Ni siquiera vio que la aplicación le enviaba un mensaje que decía: «Hoy es 25 de diciembre. Feliz Navidad. Muchas gracias por su compra».

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