sin acritud
No me lo cuente
Emilio, Juan, Manolo. Tres personas que te reconcilian con la vida y, sobre todo, con la profesión periodística, que no siempre nos hace sentir orgullosos
«No me lo cuente, escríbalo». Cinco palabras que resumen a la perfección el día a día de cualquier redacción de cualquier periódico que en el mundo hubiere. Este oficio está sobrecargado de egolatría. De profesionales, muchos de ellos excelsos, a los que les pierde ... el narcisismo. Y cuando cubren cualquier noticia llegan a las redacciones contándolas a los cuatro vientos, dándose a ellos mismos más importancia que al asunto en sí. O simplemente buscan reafirmar el enfoque que quieren darle al tema. Bien fuese vanidad, bien inseguridad, el gran Emilio López lo cortaba de raíz con su mítica sentencia: «No me lo cuente, escríbalo». Tuve la suerte de tenerle como compañero durante cinco años en Diario de Cádiz y fue un referente sin pretenderlo, desde la humildad. Un maestro al que Cádiz supo reconocer su valía hace ya unos años dando su nombre a una calle. Exactamente igual que ha hecho esta semana con otro compañero que encarnaba a las mil maravillas los valores que deberían prevalecer siempre en nuestra profesión y en la vida en general. Juan Manzorro era un hombre que respiraba y transmitía bonhomía a borbotones, en persona y a través de su micrófono de Canal Sur. Emilio y Juan hace tiempo que no están con nosotros, pero son dos modelos a los que recurrir cuando uno tiene dudas. Tristemente esta semana nos ha dejado otro locutor con el que también tuve la suerte de coincidir en la Cadena Cope hace casi 30 años, Manolo Bernal. Otro referente radiofónico de nuestra ciudad.
Emilio, Juan, Manolo. Tres personas que te reconcilian con la vida y, sobre todo, con la profesión periodística, que no siempre nos hace sentir orgullosos. Pero este oficio es mejor gracias a personas como ellos. Y sobre todo, Cádiz es un lugar mejor, mucho mejor, gracias a que personas como Emilio López, Juan Manzorro y Manolo Bernal han pasado por aquí. Y siempre permanecerán. Su humildad es un espejo en el que debemos mirarnos todos los que nos dedicamos a contar cosas. Bueno, no. No se lo cuento. Escrito queda.