Catetos
Los andaluces estamos en una coyuntura ideal para afianzar la marca Andalucía como un todo, no como una sucesión de ciudades y pueblos donde cada uno hace la guerra por su cuenta
Ahí andan. A la gresca. Málaga y Sevilla. Otra vez. Nada nuevo. Ahora el motivo es un vuelo directo a Nueva York. Lo quería el aeropuerto de Sevilla San Pablo, se lo birló a última hora el de Málaga Pablo Ruiz Picasso. Es la eterna disputa, que al resto de andaluces nos aburre como un discurso de Iñigo Errejón. Ahora un hospital para mí, ahora dame un museo, pues yo quiero un centro de negocios. Históricamente la batalla la han ganado siempre los sevillanos, por aquello de la capitalidad y porque en esta región, durante 40 años, ha gobernado un PSOE absolutamente centralista. Lo cual, sin duda, ha cambiado desde que Juanma Moreno llegó a San Telmo, liderando un desembarco de malagueños que en Sevilla no acaban de aceptar. En esas están, con su continuo y cansino tira y afloja, mientras las seis provincias restantes ejercemos de simples observadores que ni cortamos ni pinchamos. Simplemente asistimos a un duelo en el que sabemos positivamente que ninguno saldrá vencedor pero en el que todos somos perdedores. Todos los andaluces. No debería ser tan difícil aparcar esta absurda rivalidad y centrarnos en ir todos de la mano. Desde Huelva hasta Almería. Aunque sea por aquello tan manido de que la unión hace la fuerza.
Andalucía es una marca suficientemente potente como para que sea percibida como una idea única. A nivel nacional e internacional. No se trata de ponernos radicales ni de crear un partido independentista andaluz, que en estos tiempos de trincheras y sobredosis de populismo, cualquier merluzo saldrá por ahí. No es una cuestión política. Se trata de economía. Pura y dura. Cuatro patas deberían ser las que sustenten nuestro futuro, el de los que vivimos en el sur de España: industria –naval, aeronáutica, automovilística y tecnológica–, comercio –fundamentalmente marítimo–, turismo –cultural y de sol y playa– y sector primario –ganadería, agricultura y pesca–. Tenemos todos los elementos necesario para que las cuatro sean realmente potentes. Sólo nos hace falta crear y atraer empresas que apuesten por esta tierra y la vean como un todo. No es tarea fácil, obviamente. Pero con un mensaje único, Andalucía, el camino sin duda será mucho más llano. No podemos, o no deberíamos, hablar del Puerto de Cádiz, de Algeciras, de Huelva, de Sevilla o de Motril como entes independientes. Ni del polo industrial del Campo de Gibraltar, de la Bahía, de Jaén o el polo químico de Huelva. Y todos los aeropuertos deberían llevar la palabra Andalucía. En Londres están el Ciudad de Londres, Heathrow, Lutos, Stansted o Southend, pero todos llevan la coletilla 'London'. Lo mismo que en Nueva York son Newark, La Guardia y JFK, pero como destino todos son Nueva York. La mejor prueba es que sabemos que el vuelo de la disputa entre Sevilla y Málaga saldrá finalmente del aeródromo malagueño, pero no en cuál aterrizará. Lo hará en Nueva York. Y punto. Nueva York como concepto, como destino.
Esa es sin duda la gran asignatura pendiente que tenemos los andaluces y un bonito reto que podría marcarse el gobierno de Juanma Moreno. Conseguir que Andalucía se perciba como un todo, no como ocho provincias cada una haciendo la guerra por su cuenta. Claro que para ello también debemos mirar todos hacia adentro y hacer autocrítica. Empezando por Cádiz, sin ir más lejos, donde somos tres provincias en una. Catetismo se llama eso. Y aquello, lo de Sevilla y Málaga, también. Somos, todos, unos catetos que sólo nos miramos el ombligo. Y así, con la boina puesta, rara vez llega la prosperidad a tierra alguna. Sin embargo, aún hay esperanza. Vivimos un momento idóneo, una coyuntura excelente, para desprendernos de ella. A ver si somos capaces de una vez por todas.
