SIN ACRITUD

Un camino por recorrer

Devolverle a la ciudad los Premios Cortes de Cádiz sin duda es un cierto, pero aún quedan más agravios por resarcir

Ignacio Moreno Bustamante

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Vivimos tiempos raros. Feos. No diría crispados, porque realmente no hay excesiva crispación. Más bien división. Polarización, que es un término muy recurrente. Siempre ha habido dos Españas, ya lo contaba Machado. «Españolito que vienes al mundo te guarde Dios. Una de las dos Españas ha de helarte el corazón». Nada nuevo bajo el sol. Ni el solde la ancha Castilla del poeta sevillano ni el de Andalucía o el de cualquiera de los cuatro puntos cardinales de este país en el que convivimos. Mal, pero convivimos. Cada cual en su 'trinchera' ideológica pero con afabilidad. No puede decirse lo mismo de la clase política, sobre todo a raíz de la eclosión, hace algunos años ya, de la izquierda radical, que se 'empoderó' gracias a la crisis económica y la vergonzante corrupción de los dos grandes partidos, PP y PSOE. Afortunadamente, los niñatos que irrumpieron a raíz del 15M están prácticamente desactivados. Pablo Iglesias, aunque sigue predicando majaderías desde su púlpito virtual, ahora parece que se dedica a la hostelería. Echenique con sus cosas. Irene Montero y Belarra aún mangan dietas, iphones y ipads del Congreso de los Diputados, pero es evidente que su cuenta atrás hace tiempo que comenzó. La única realmente en activo es Yolanda Díaz, auque no cabe la menor duda de que es infinitamente más centrada y cabal que sus antecesores. Con su discurso comunista y fuera de la realidad, pero al menos no destila espuma por la boca cada vez que la abre. Por aquí abajo, la pareja Kichi–Teresa se dedica a adoctrinar adolescentes en un instituto de Puerto Real. Allá sus padres. Sin embargo, tanto rencor, tanta inquina y tanto complejo propagado durante años no se borra de un día para otro y Pedro Sánchez se ha empeñado en mantener viva la llama del odio y la división como una herramienta más para alcanzar su único fin, mantenerse en el poder.

Es obvio que no vivimos nuestro mejor momento desde el punto de vista de la armonía y la fraternidad política. Por eso resulta sorprendente, por ejemplo, que el presidente de la Junta de Andalucía, Juanma Moreno, y la ministra de Transición Ecológica y no sé qué otras cosas más, Teresa Ribera, sean capaces de aparcar sus diferencias y alcanzar acuerdos sobre Doñana. Incluso hacerse fotos en el parque natural para evidenciar su buena sintonía. No es lo normal. Debería serlo, pero desgracidamente no lo es. Por eso es una excelente noticia que el Ayuntamiento de Cádiz haya recuperado los Premios Cortes de Cádiz, que precisamente tratan de visualizar que es posible llevarnos bien pensando diferente. Estos galardones, creados por Teófila Martínez hace una pila de años para conmemorar el Bicentenario de la Constitución de 1812, han reconocido la labor de políticos nada sospechosos de ser de su cuerda. Que el ayuntamiento, entonces gobernado por el PP, trajera a la ciudad a Lula da Silva o a José Mújica –presidentes de Brasil y Uruguay y más de izquierdas que Carrillo– es un gesto que, desde el otro lado, nunca se ha tenido. De hecho, justo en el año del cambio de Teófila por Kichi, el reconocimiento era para los opositores de Nicolás Maduro en Venezuela, que no es que sea populista o de izquierdas, es directamente un dictador. Aquello no pudo soportarlo nuestro ex alcalde, que trató por todos los medios de frenarlo. Pero como ya había sido aprobado, no tuvo más remedio que proceder a la entrega del galardón. Eso sí, trató de minimizarlo en lo posible, llevándoselo fuera de la ciudad y celebrando el acto en una oscura sala de Madrid a la que apenas se invitó a un puñado de afines. Esa es la diferencia, abismal, entre unos gobernantes y otros. Los que tratan de unir y los que se obsesionan con dividir. Bruno García, afortunadamente, está dando pasos para demostrar que es de los primeros. Este 'rescate' de los Premios Cortes de Cádiz es buena muestra de ello. Aún quedan más, como devolver al estadio Carranza su nombre original, que nunca debió perder. O conseguir que las olimpiadas escolares que se celebran en la ciudad sean para absolutamente todos los niños de absolutamente todos los colegios. No sólo de los públicos. Los concertados son tan públicos, gratuitos y accesibles como los otros. Una de las acciones más ruines –y mire que hubo unas cuantas– de los anteriores gobernantes de la ciudad, fue tratar de dividir, de estigmatizar, a los más pequeños. Y consecuentemente a sus familias. Todos los niños de Cádiz, todos, son iguales. Vayan al colegio que vayan. Que es el que han elegido libremente sus padres. De hecho, en Cádiz capital no hay ni un solo colegio privado. Que esa es otra cosa que deberíamos hacernos mirar. El ayuntamiento empieza a dar pasos en el sentido correcto, pero aún queda camino por recorrer.

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