Opinión

La Hojana

No se equivoquen conmigo. No soy ningún derrotista al uso. Antes al contrario, soy un soñador irredento

José Colón

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Cádiz, la Trimilenaria. La ciudad más antigua de Occidente. Fenicia, primero; luego cartaginesa. De aquí partió Aníbal con la idea de derrotar a Roma, la que, lejos de castigarla, le premió con la categoría de Ciudad Federada, concedida por el mismísimo Julio César. Llegó a ser la segunda ciudad más poblada del Imperio y a rivalizar con la de las siete colinas en el número de ciudadanos nobles que la habitaban...

La misma que se convirtió en el Todo del mundo durante el siglo XVIII, albergando tanto poder económico que hizo temblar los pilares de la Torre de Londres. La que puso freno a Napoleón y le complicó la vida al Felón Primero (es decir, al Borbón) convirtiéndose en pionera de las libertades y del Humanismo. Aquella en la que editaban hasta veinte periódicos, se poligloteaba en tertulias con arte y con ciencia y era escaparate universal de la elegancia y el refinamiento…

Lastimosamente, semejante Emporio del Orbe ha terminado convirtiéndose en la capital mundial de La Hojana, sin que exista un mísero batallón de voluntarios con el pundonor de antaño para defender a la población de las hordas trapisondistas que, como nuevos piratas holandeses, pretenden volver a asaltar La Tacita.

Como si fuéramos nuevos, nos hemos deslumbrado -hasta la frontera del expediente de incapacidad- con la presentación en público del proyecto de Bernabéu a la gaditana del Cádiz C.F., pero, siendo ello preocupante, lo peor es que nos lo hemos creído. Así lo acreditan los titulares de prensa de esta última semana, las tertulias radiofónicas locales y las charlas unísonas de las terrazas de la Plaza Asdrúbal desde la tarde del jueves pasado.

Comprendo que Cádiz esté necesitada -y ávida- de proyectos ilusionantes que nos ayuden a recuperar siquiera la sombra de lo que alguna vez fue. Pero: el aeropuerto en Matagorda, la unión con San Fernando o «Cádiz 3», Puerto América, la «City del Siglo XXI» en Astilleros, Tabacalera, el auditorio de Campo Baeza en el Castillo de San Sebastián, El Faro de las Libertades, el traslado del Tribunal Constitucional, Valcárcel, la Ciudad de la Justicia, el Hospital Regional, el «Mercado Gastronómico» de la estación isabelina… Son tantas y tan continuadas sopas con onda que nos han dado, que cuesta comprender la bisoñez con la que se ha acogido esta nueva epifanía. Sobre todo, si viene arropada por la casta política cómplice del timo de la estampita con décadas de antigüedad.

No se equivoquen conmigo. No soy ningún derrotista al uso. Antes al contrario, soy un soñador irredento. A pesar de mi medio siglo y de mis derrotas, aún creo en los Reyes Magos y me ilusiono cuando veo a mi equipo en el séptimo puesto de la tabla, a mi ciudad en la misma liga marítima que Saint-Tropez, Chicago o Dubai y cuando un paisano es nombrado director general en una multinacional con sede en Hamburgo.

Pero no me cabe en la cabeza que después de lo de Carbures y Airtificial (cuya sede está en Barcelona), el Velocípedo de Torrot (para lo que se engatusó hasta al Rey) y la cuestión no aclarada ni pacificada sobre la plena disposición de uso de los terrenos de Puerto Real, la gente se haya volcado de manera indubitada con este asunto sin poner una mínima barrera de prudencia o duda. Nos hemos vuelto crédulos en grado superlativo y nos dejamos deslumbrar con cualquier envoltorio de polvorón. Así, no es extraño que Cádiz sea elegida, en tantas ocasiones, como punto de partida de las campañas electorales por los distintos partidos políticos que en cada una de ellas pugnan por la estafa más gorda.

Por lo pronto, solo se me ocurre pedirles que tengan cuidado con su dinero, por si acaso. Porque «ojalá» no puede confundirse con «hojana».

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