OPINIÓN

Influencers

Según algunos estudios más del 40% de los adolescentes desean convertirse en youtuber o en influencer; lo de hacerse astronauta, veterinario, policía o bombero va en franca decadencia

Si hace 25 años alguien hubiese advertido que le seguían 1000 personas seguro que hubiese entrado en pánico, se hubiese encerrado en su casa y habría llamado a la policía. Hoy en día, en cambio, esa misma persona estaría encantada de la vida por haberse ... convertido en un nano influencer. Y es que las redes sociales nos han dado la vuelta como si fuéramos un calcetín. Ahora lo que se lleva es la exposición pública y el reconocimiento social, esté justificado o no. Hemos caído bajo la dictadura de los «likes», y ese mismo nano influencer entrará en un estado de ansiedad permanente ante el próximo reto de incrementar el número de los que le siguen y convertirse así en un micro y, luego, en un macro influencer. Según algunos estudios más del 40% de los adolescentes desean convertirse en youtuber o en influencer; lo de hacerse astronauta, veterinario, policía o bombero va en franca decadencia. Los motivos parecen ser de peso, según refieren los encuestados: conseguir fama, obtener regalos de los patrocinadores, ganar dinero fácilmente creando tendencias y todo ello sin necesidad de esforzarse en estudiar o tener muchos conocimientos. En definitiva, si a la universidad le da por crear el correspondiente grado, lo que tampoco extrañaría mucho, seguro que la nota de corte de Medicina bajaría una barbaridad. Y es que, además, ser influencer significa convertirse en el centro de la admiración, muchas veces incomprensible, con el correspondiente intento de imitación por parte de los miles de seguidores. Y como aquí quién no corre vuela, ya han surgido las subespecialidades. Desde los creadores de tendencias en el vestir, hasta los inventores de retos, algunos realmente peligrosos, o las celebrities reconvertidas en influencers políticos. Definitivamente hemos entrado en «modo dependencia» de las redes sociales. Durante el «apagón» hubo no pocos ataques de ansiedad, y no precisamente por la desconexión del frigorífico sino por la del influencer favorito. ¿Qué haríamos sin ellos?

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