OPINIÓN

Cuidados paliativos

Cubrir las necesidades de los cuidados paliativos es una asignatura pendiente en nuestro país

Felicidad Rodríguez

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El aforismo «curar a veces, aliviar a menudo, consolar siempre», atribuido a Claude Bernard, viene a definir las funciones del médico, curar cuando sea posible, aliviar el sufrimiento cuando curar ya no es posible y acompañar a los pacientes. Los avances científicos y las mejoras ... de las condiciones sociosanitarias han permitido que la esperanza de vida sea cada vez mayor y que muchas enfermedades, antes mortales, se hayan cronificado o que dispongamos de tratamientos cada vez más eficaces para patologías hasta ahora incurables. A pesar de todo ello llega siempre un momento en el que la vida se acaba y la curación ya no es posible. Es entonces cuando los cuidados paliativos adquieren especial importancia. Es en ese momento cuando cobra sentido la segunda parte del aforismo de Claude Bernard, ayudar a esos pacientes a sentirse mejor, a evitarles el dolor y el sufrimiento, a prevenir y tratar los síntomas y efectos secundarios, a acompañarlos en esa fase final de la vida. Viene todo ello al caso del pediatra bilbaíno amonestado por atender, fuera de su horario laboral, a una niña en esa fase terminal. Posiblemente la amonestación respondía a criterios de disponibilidad de recursos, olvidando que el Código de Deontología médica es muy claro al respecto: «la principal lealtad es la que debe a su paciente y la salud de este debe anteponerse a cualquier otra conveniencia». No estamos hablando de una patología que pueda esperar a ser atendida; la muerte no entiende de horarios laborales. Cubrir las necesidades de los cuidados paliativos es una asignatura pendiente en nuestro país; por supuesto que los recursos en salud serán siempre limitados, pero quizá no se profundiza suficientemente en el establecimiento de prioridades a la hora de asignarlos. La Consejería vasca, ante la situación, ha modificado su normativa para que los menores puedan recibir cuidados paliativos las 24 horas del día. Por algo se empieza, pero no es suficiente porque la muerte tampoco entiende de edad.

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