OPINIÓN
La España que dura
La ciudadanía debe ser más sólida que las pretensiones de sus gobernantes
La España duradera es la que nació de la Constitución de 1978, pero en el presente siglo XXI aparecieron los supuestos garantes de la nueva política. Sin embargo, no han hecho sino incidir en los defectos de la vieja. Por una parte, Podemos y sus ... acólitos, procuraron inocular la creencia de que el «régimen del 78» era un período a abolir, un acuerdo tácito entre oligarquías que obstaculizaban el progreso hacia fórmulas más justas, por supuesto, las suyas. De otro lado, se dejó caer en el lugar Vox, como autoproclamada derecha valerosa, no acomplejada, que iba defender la Constitución. Eso sí, necesariamente debe cambiarla, a fin de adaptarla a sus pretensiones. En el terreno de lo habitual, no han faltado los partidos nacionalistas e independentistas, siempre constantes en su españolidad oficiosa, que les brinda buenos beneficios.
El socialista Pedro Sánchez, presidente de Gobierno y secretario general del PSOE, dirige bien la orquesta. Sobre todo, con el ingrediente estrella de la llamada ultraderecha. Le parece tan peligrosa, que allí donde el PP no tiene mayoría absoluta, no le ha facilitado la constitución de gobiernos sin Vox. Así, de paso, nos recita sin cesar el binomio «derecha-ultraderecha». Hay amores de novela, como el de Sánchez y Abascal.
Pero, a lo grave: para mantener en pie su suerte personal, Sánchez y sus concertinos han dividido a la sociedad con saña. Esta ruptura paulatina de la fórmula de 1978 es ruinosa. Crece preocupantemente la negación de que el centro-derecha pueda gobernar la nación. No hay ningún escrúpulo en emplear palabras como fachas o fachosfera.
A finales de la década de 1970 existía un amplio anhelo de que los españoles pudiésemos convivir en un sistema en que los ciudadanos pudiesen elegir a sus representantes, de todo color, y contásemos con un marco legal que estableciera las reglas de juego. Actualmente, por desgracia, el modelo se está minando desde dentro, tal vez más que nunca. El coro del muro de Sánchez desprecia el derecho a la opinión política del prójimo. Deslegitiman todo aquello que no les aplauda.
Ahora bien, si un presidente de Gobierno puede ser nefasto, no podemos asumir ser una sociedad hecha a su medida. La ciudadanía debe ser más sólida que las pretensiones de sus gobernantes. Se es ciudadano, ante todo, por ejercer el pacífico espíritu de ciudadanía. En este momento, lo necesitamos claramente.