OPINIÓN

Éstos son mis principios

Esos programas donde, para crear y conseguir el espectáculo, sólo buscan avivar la llama y el fuego de nuestros odios ancestrales, tirando constantemente de la frivolidad

Se atribuye al genial Groucho Marx lo de «éstos son mis principios, y si no le gustan, tengo otros». Y, caramba, a eso es lo que parece que se ha animado el presidente del gobierno, que no es un cómico, sino el responsable de la ... administración de una nación como la nuestra, de enorme trascendencia histórica, de una alta importancia en la formación de las naciones del orbe y que hoy gestiona lo que afecta a casi 48 millones de españoles y otros 7 más de inmigrantes, amén de no sé cuántos miles de empresas muchas de ellas de primer rango en el orden mundial.

El presidente, que lleva en el cargo ya medio año, sigue mercadeando con un prófugo de la justicia asesorado en «lo legal» por un abogado chileno-alemán al que España le debe de caer como una patada en sálvense las partes y que ha buscado para la intermediación con este gobierno a otro tipo del que se dice que es experto en terrorismo americano, todo ello fuera de nuestras fronteras y ajeno al control del resto de los españoles. Y éste es el panorama. Y no hay otro. Digan nuestros amigos socialistas lo que quieran decir y vistan la cuestión como la quieran vestir.

Llevamos medio año de incertidumbre gubernamental en el poder ejecutivo, con una política exterior errática y con un fomento del cabreo en una sociedad dividida por un muro a todas vistas infranqueable. Un parlamento dividido y una fijación en el poder judicial inquietante, muy inquietante, que nos deja ver ya, sin viso de retorno, un descarado afán por desequilibrar el último de los tres poderes que parecía inaccesible al enfrentar a jueces y fiscales de una tendencia frente a los de otra.

Esta situación está infectando a la sociedad española, peor aún que aquella otra epidemia que no hace mucho padecimos y que, por el descontrol de los gestores políticos, nos hicieron ser uno de los países más tocados amén de que sigamos sin saber a ciencia cierta lo que pasó ni quiénes formaron su cacareado comité de expertos. Vamos, algo así como el oxímoron de la vicepresidenta de la otra facción con sus fijos discontinuos.

La infección se extiende ya por todas partes, en las familias, con los amigos y compañeros de trabajo o desde esas tertulias televisadas, tan pesadas como previsibles, que invaden la tranquilidad de nuestros hogares con sus contertulios y colaboradores, principalmente periodistas, y que claramente se alinean a un lado y al otro del muro, indigno de profesionales que, en su día, se formaron para informar.

Y, por si fuera poco, esos programas donde, para crear y conseguir el espectáculo, sólo buscan avivar la llama y el fuego de nuestros odios ancestrales, tirando constantemente de la frivolidad. Unos toman su bandera por la izquierda y los otros por la contraria, inyectando en nuestra intimidad los odios y enconos con que tantas veces se enzarzan nuestros políticos en el parlamento donde el diálogo para buscar el encuentro desapareció y sólo prima ya la acusación o la ironía tantas veces soez y hasta grosera. Tertulianos o políticos que diariamente invitan al enfrentamiento entre los españoles y que, encima, viven totalmente separados de nosotros, que no bajan a la arena, vamos. ¿Sabe alguien si nuestros diputados o senadores, fuera de las sedes de sus partidos, tienen alguna oficina abierta para atender a los ciudadanos? Yo, no.

Dentro de poco toca Europa porque Europa existe. Y nos volverán a pedir el voto. ¿Explicarán los candidatos qué es Europa para España y qué van a hacer ellos por España en Europa? Y lo que es más importante, ¿mantendrán lo que nos prometan? Ándense con cuidado y elijan bien porque muchos de estos políticos no hacen país, sino que más bien lo deshacen y, si les damos los votos, ya saben, «Santa Rita, Santa Rita, lo que se da, no se quita».

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