Opinión

El año de la lengua

«Nosotros a lo nuestro, a subsistir, a resolver cómo nos vendrá mejor 2023 tras esta magna transformación ideológica»

Enrique García-Agulló

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Toca ahora la campaña electoral de municipales y autonómicas ya empezada con la reducción del IVA en determinadas circunstancias, el cheque de los 200 o el incremento de las pensiones, que todo lo pagará quien sea algún día. Ya verán qué bien funciona lo de los discursos con los que cada día nos saludarán al unísono, en tiempo primero, los actuales gerifaltes, y, de inmediato, los candidatos, que llenarán los espacios informativos de nuevas palabras y nuevos giros del lenguaje. Agradezco a 2022 que la voluntad popular del gobierno y aliados haya puesto oído al clamor popular y al Partido Popular por fin para llegar a esta popularísima situación que se esperaba, aunque fuera en víspera del Día de los Santos Inocentes.

La Real Academia, que antaño se caracterizaba por el celo y cuidado de la limpieza, la fijeza y el esplendor de la lengua española, transcurre también estos últimos años en un acelerón sin antecedentes por admitir nuevas palabras en nuestro idioma que, total, a lo que se ve, sólo se habla en Guinea Ecuatorial, en casi todos los países americanos, (quitando Canadá, algunas Guayanas e islas caribeñas o Brasil), y en la parte de España donde sus gobiernos autonómicos lo permiten.

Nuestro actual gobierno y corte acompañante no sólo se ha empeñado en cambiarnos las bases intrínsecas de nuestra sociedad, sino que nos está cambiando constantemente el lenguaje. No les digo ya las ministras del ramo Podemos que hacen verdadero alarde de verborrea, sino, como pomposamente les llaman ellas, «sus socios de gobierno» también. Un poner, no sé ya cuántas clases de familia quieren que nos aprendamos para convivir en estos sus tiempos a quienes veníamos ya de la reunión de los españoles de ambos hemisferios, de nuestras familias de hijos, padres y abuelos, pero, bueno, hay queda ya para el lenguaje administrativo ese menú impuesto y que quizás los señores académicos hayan justificado.

Hasta la manera de decir las cosas o de callarlas ha ido marcando las reglas destacándose una suerte de singularidades. Entre los parlantes bien que podría adjudicarse el oscar de la oratoria gubernamental a la señora de los impuestos porque es una persona que en cada aparición pública que se nos muestra no para de hablar hasta que el aire se le acaba. Pero también están los silentes, que los hay de tres clases, a saber. La presidencial, que declama pero que no acepta pregunta y eso es lo que hay; la ministerial clase A, que no habla más allá de unas breves palabras casi a modo monosilábico dando de seguido gracias a los preguntantes y, finalmente, la ministerial B, que no se sale del argumentario indicado desde el Mando y que, visto lo visto, ha llegado hasta las presidencias de ambas cámaras parlamentarias.

En esta carrera propagandística del lenguaje termino hoy este comentario parándome en dos, en lo de la voluntad popular, como nueva figura sustitutoria que trata de ocultar lo de la soberanía nacional proclamada en el primer artículo de nuestra Constitución y en lo del bloqueo por lo de los jueces que, si se sigue dando, será porque ninguna de las dos partes por convenir abre resquicio por el que transitar para lograr un pacífico encuentro. Lo dicho, ambas partes que no una, pero así están las cosas, una con lo de la voluntad popular, propia y ajena, y las dos bloqueándose.

Nosotros a lo nuestro, a subsistir, a resolver cómo nos vendrá mejor 2023 tras esta magna transformación ideológica. Nosotros a por una nación en la que quepamos todos arrimando el hombro para ver cómo nos sacudimos lo que se nos va endeudando y defendiéndonos de tanta palabrería y tanto trampantojo con el que nos están aturdiendo.

Feliz Año Nuevo en el que podamos quedarnos mejor de lo que estábamos.

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