OPINIÓN
Disposición final
En esta legislatura estamos viendo cosas ya descaradamente burdas y hasta asaces groseras
Es de uso y costumbre que las leyes acaben con una suerte de disposiciones de carácter general conocidas como transitorias, derogatorias o finales. Unas facilitan el paso a lo actual, otras acaban con lo que hubo y otras son las finales de las que una cierra el texto. La verdad es que siempre me he preguntado el porqué de su existir ya que si se hubieran esforzado un poquito más los legisladores igual les hubiera dado ocasión de incluirlas en el articulado general.
La situación actual de la Constitución y nuestras Cortes ya no es tan pacífica como antier y arroja una mayor confusión ante la incógnita de qué pueda suceder, lo que no es baladí porque, constitucionalmente, las Cortes Generales representan al pueblo español, en el que reside la soberanía nacional y del que emanan los poderes del Estado, pero ¿qué pasa hoy con nuestra soberanía?
Entre los diputados y senadores prima más el mandato del partido que les incluyó en sus listas que el honorable y digno mandato de representar al pueblo y parece que para ellos, recogidas sus actas, el pueblo se les presenta ya sólo como una cuenta, las cuotas partes de sus votos y las de sus contrarios. Que sí, que hasta están consiguiendo hacerlo pasar por natural, vamos, pero que se sienten mejor «bien nacidos» para ser agradecidos y sumisos más a sus jefes por haberles incluido en esos puestos que para hacerles un mohín por aquello de la conciencia y el compromiso de la soberanía nacional.
En esta legislatura estamos viendo cosas ya descaradamente burdas y hasta asaces groseras. Ahí quedan esos acontecimientos de estos últimos meses en los que se ha procedido a la Jura de la Constitución por la Princesa de Asturias o se ha querido celebrar el 45º aniversario de nuestra Constitución con las notorias ausencias de algunas de sus señorías.
Siendo como establece nuestra ley de Leyes que la forma política del Estado español es la Monarquía parlamentaria, algunos socios del presidente del gobierno, los que en una acción conjunta de conveniencias propias le han aupado a dicha presidencia para valerse de ella en sus tejemanejes, hicieron mutis por el foro con total desprecio al pueblo español mostrando así que ellos ni aceptan la Monarquía parlamentaria ni la Constitución. Y eso que prometieron cumplirla y hacerla cumplir. Por muchas coletillas ociosas que añadieran a sus palabras el día en el que perfeccionaron el encargo de representar al pueblo español.
Son ahora, despejando situaciones, los que forman toda esa parte de la izquierda y la de algunos catalanes o algunos vascos que, con el escaño ya cogidito y cobrando del común de los españoles, los que se ausentan de estos actos que claramente choca con la expresión constitucional de que la soberanía reside en el pueblo español y no en esos egoísmos localistas o sectaristas que, trincado el sitio, dicen representar.
Cosas de los socios de Sánchez que se apoya en estos anticonstitucionales mientras que casi se queda ronco acusando de inconstitucionalitas a quienes no le dejan hacer de la renovación del CGPJ la penúltima de sus tretas. Paradojas, un presidente que califica a su oposición de inconstitucional, pero se traga las inconstitucionalidades de sus socios de investidura.
En fin, nuestro principal texto legal acaba con una disposición final que determinó su entrada en vigor. Mi preocupación es ver cómo la puedan armar algunos para añadir otra disposición final, final, final, establecer cuándo y cómo dejaría de estar en vigor.
Por cierto, vigor, además del inicio del cumplimiento de una norma, también en nuestra lengua es sinónimo de fuerza, robustez, energía, actividad, vitalidad, aliento, ánimo, nervio, viveza, vehemencia, arranque, empuje, pujanza, brío… ¿Se podría aplicar hoy a nuestra Constitución?
