OPINIÓN
La conciliación
Esto de salir de la política, una situación tan digna y encomiable, para meterse a hacer bolos de toda clase por televisiones y tertulias radiofónicas no me parece a mí estético
El Fuero Juzgo, Libro II, título III, trata de «los mandadores e de las cosas que mandan», y en su Ley I ya establecía que «Los sennores quanto mas deben judgar los pleitos, mas deben guardar de los respetar. Onde si el obispo ó el ... príncipe an pleyto con algun omne, ellos deben dar otros personeros, que tratan el pleyto por ellos». Pero el inefable Revilla no lo debe de saber, como no sabe de todo.
Esta ley primigenia nace con los visigodos, pero a Revilla qué fácil le ha parecido ahora mostrarse bien espantado por haber sido llamado a un tribunal en un acto de conciliación donde no ha comparecido el Rey padre, algo más que normalizado en la justicia donde, consuetudinariamente, son los apoderados quienes acuden en nombre de sus representados.
Nada más salir del juzgado, a través de cámaras y micrófonos manifestó que lo que él había dicho lo contaban las fuentes donde se había nutrido. Y que a él le conocemos todos por su forma de ser, aunque quienes le conozcan mejor entre todas sus entretelas, digo yo, serán los cántabros que le hayan votado y que, a lo visto, no forman la mayoría de los votantes de su propia demarcación.
Esto de salir de la política, una situación tan digna y encomiable, para meterse a hacer bolos de toda clase por televisiones y tertulias radiofónicas no me parece a mí estético, cuanto menos. Cuando se ha tenido el honor de servir a la comunidad, al salir de la responsabilidad de gobierno, se debería mantener la calma y la tranquilidad como hacen tantísimos otros expresidentes sometidos por supuesto a toda clase de crítica razonable y razonada. Lo que no parece lógico es llenar de vituperios o escarnios amparado en el alejamiento de la vida pública activa de quien no tiene por qué defenderse con igual desfachatez.
No sé si el Rey padre ha apostado más allá de lo que lo hubiera querido, pero la verdad es que los tribunales ya han resuelto lo que tenían que resolver y, por lo tanto, carece de toda reprimenda. Como todo ciudadano tiene el derecho de presentar a la Justicia sus cuitas y también a vivir su vida después de tan largos servicios al Estado sin tener que someterse gratuitamente a que por un parlanchín desmesurado se larguen improperios a babor y estribor más allá de la recomendable y justa consideración.
La Justicia tiene un camino y la Historia un futuro. Aún no ha acabado de desarrollarse el presente y es probable que, con mayor intensidad en uno, y con muchísima menos en el otro, la segunda dictamine en su día el resultado de su análisis. Pero lo cierto es que sobran los justicieros.
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