El año A

Sin olvidar que este Ejecutivo basó su llegada a la Moncloa en una sentencia judicial que, después, los propios tribunales han matizado, cada semana hemos vivido un escándalo mayor, si cabe, que ese pecado original de su nacimiento. Algunos escándalos han sido indecentes pero, en parte, inofensivos. Otros, sin embargo, muy graves. Todos ellos han tenido un denominador común: la mentira y el engaño.

Desde «no poder dormir por pactar con Podemos», hasta afirmar que «los indultos políticos tenían que acabarse», pasando por prometer en los idiomas que hiciera falta que no habría ningún acuerdo con Bildu o por negar la pandemia; el Gobierno nos ha ido engañando día tras día.

Sánchez siempre ha sido Sánchez. Algunos eran conscientes desde el inicio. Sin embargo, hubo quien en las elecciones de 2019, sobre todo en abril, se intoxicó con el humo y le dio su confianza. Si mezclamos en un caldero la «alerta antifascista» de entonces con que Sánchez ha cometido la mayoría de sus tropelías haciendo lo contrario de lo que prometió para que lo votasen, el brebaje era perfecto para aturdir al personal. Ahora muchos se arrepienten.

Por eso, casi cuatro años después, ha llegado, por fin, el «Año A»: el año del cambio. Y es que, a nivel económico, institucional y de convivencia es complicado aguantar así mucho más. Por ello, el «desembarco» que se haga para conseguir «el cambio» tiene que desplegarse en esos tres frentes.

A nivel económico hay que demostrar que nuestra economía vive «dopada» en gasto público y en los números de empleo. La alternativa es clara: optimizar el gasto y permitir que la economía funcione con certezas y no con la incertidumbre que provoca un gobierno de estas características. En segundo lugar, el «desembarco» debe actuar también para devolver la dignidad a las instituciones. Desde el CIS hasta el Poder Judicial, pasando por el CNI o por el Congreso y Senado. Todos deben volver al origen: estar al servicio de España y los españoles, no del gobierno. Y, por último, hay que salir del bucle de crispación y de tensión a la que nos han llevado. Ejercer una labor de oposición no significa crispar. Acusar, desde el Gobierno, de promover golpes de Estado o de estar del lado de los violadores, por el mero hecho de recordar lo que se hace mal, sí lo es.

Es necesario, en este año, que los españoles entiendan que el vuelco electoral debe darse, no solo por una cuestión de gestión, sino de convivencia. Si queremos recuperar el 'Espíritu del 78', ese que nos ha dado más de cuatro décadas de prosperidad, debe haber un presidente al frente de país que gobierne para todos, sin criminalizar y excluir a una mitad de la sociedad. La alternativa al 'sanchismo' no solo es mejor por su capacidad de poner solución a los problemas de los españoles, sino que también lo es desde un punto de vista moral y de convivencia.

Habrá una prueba de fuego en mayo, en la que se medirá si España está viva y en condiciones de reaccionar frente a su desmoronamiento. Si esa prueba se supera con éxito, es cuestión de tiempo que el 'desembarco' se produzca. Por todo lo anterior, y por otras muchas cosas, el cambio tiene que llegar. El Año A, ha comenzado y los días en su calendario han empezado ya a volar.