OPINIÓN
Lo que nos sostiene desde siempre
Hasta entonces, yo era invisible en clase. Un estudiante mediocre. Reservado. Sacaba malas notas y, la verdad, no me importaba demasiado nada de lo que me rodeaba
La primera vez que leí algo mío en público tenía trece años.
Fue en el colegio. Nos mandaron una redacción de tema libre, y yo escribí sobre lo insignificantes que somos frente al universo.
Lo recuerdo con claridad: las frases se entrelazaban solas, como si ... alguien me las dictara desde algún rincón escondido de mi mente. Iban saliendo mientras reflexionaba, una tras otra, con la misma naturalidad con la que se pela una naranja, capa a capa, hasta llegar al corazón. A la idea central.
Jamás pensé que aquella especie de paja mental fuera a gustarle a nadie, mucho menos a mi profesora de literatura. Hasta entonces, yo era invisible en clase. Un estudiante mediocre. Reservado. Sacaba malas notas y, la verdad, no me importaba demasiado nada de lo que me rodeaba. Estaba completamente desmotivado.
Pero, por alguna razón que aún no entiendo del todo, la profesora vio algo en ese texto. Dijo que tenía una profundidad poco común. Y me pidió que lo leyera delante de toda la clase.
Fue un desastre. Me temblaba la voz, me atascaba en las frases, sudaba. Pasé auténtico miedo. No fue una gran lectura, ni mucho menos.
Con los años he comprendido lo que ocurrió aquel día. Me había esforzado tanto por pasar desapercibido que, en ese instante, se me vino abajo todo mi pequeño refugio interior. Todas esas tardes conmigo mismo, ignorando el colegio, leyendo cómics y libros —muchos libros— en silencio. Solo quería ser ese gordito con gafas que vivía a salvo del mundo. Y aquella profesora, con toda la buena intención, hizo que emergieran, por fin, todas esas horas de introspección.
Después llegaron los exámenes, y empecé a sacar buenas notas. Solo en literatura. A veces me pedía que me quedara al final de la clase. Me daba consejos sobre cómo mejorar mi escritura. Me recomendaba libros. Me preguntaba: «¿Qué te gusta leer, Dani?». Y yo respondía cualquier cosa, lo que tuviera a mano. Creo que aquel trimestre solo aprobé Lengua y Literatura.
No sé… Hay días, como hoy, en los que me asaltan estos recuerdos. Y ya ni siquiera me importa el marketing que rodea al mundo del libro.
Supongo que, entre tanto vacío, lo que nos queda es eso que de verdad nos da sentido. Lo que nos sostiene desde siempre.