Opinión
Septiembre y los músicos del Titanic
El español, creo yo, por norma general, no suele morder la mano que le da de comer, sea cual sea el amo
Cádiz
Esta funcionalidad es sólo para registrados
Iniciar sesiónOcurrió un día, y lo recuerdo con especial predilección, pese a que no suelo retener en la memoria los programas de radio que escucho. Durante un reportaje, el locutor de un conocido programa realizó una ronda de preguntas a gallegos y a personas que habían trabajado en algún momento —también en los inicios— para el imperio Inditex. El locutor, con evidente inquina, intentaba sacar algún trapo sucio relacionado con supuestas malas prácticas empresariales: horas de explotación, bajadas de salarios. Sin embargo, la mayoría de los entrevistados mostraban una devoción inquebrantable hacia el único español que ha logrado situarse entre los hombres más ricos del mundo.
Somos así de fieles. Fieles feligreses que rinden pleitesía al proveedor de sustento. El español, creo yo, por norma general, no suele morder la mano que le da de comer, sea cual sea el amo. Se trata de entender muy bien, y con certeza, dónde estarán esos brazos que nos darán cobijo, la caricia... la comida.
Durante un tiempo, para la inmensa mayoría, existió un sector que concentró las esperanzas tanto de trabajadores no cualificados como de muchos altamente preparados. A comienzos de este siglo, la sociedad española asistía expectante a un milagro económico: el de la construcción. Todos estaban más que agradecidos, asemejándose a aquellas señoras mayores que en su día sacaban un jornal cosiendo para Amancio.
En 2008, cuando la gran mayoría de españoles llenaba terrazas, celebrando con el botellín en la mano nuestro mágico esplendor, el que suscribe esta columna, recién iniciada la veintena y con un negocio incipiente, contempló cómo se derrumbaba el sueño español. Un sueño que resultaba un tanto más cutre que el americano; lo nuestra era más a lo Berlanga. La crisis no dejó títere con cabeza.
Casi veinte años después, regresan esos aromas de victoria, aunque esta vez un tanto fingida, en parte debido a la inflación. Nos hemos volcado en la temporada alta, pero ya no es como antes. El milagro del turismo sigue imparable, como el Titanic; solo que algunos lo percibimos como los últimos supervivientes, testigos de cómo se hunde el barco mientras, atónitos, escuchamos a los músicos tocar la última canción.
No voy a aburrirles con datos, solo con percepciones. Entiendo que quien trabaja y ama su labor en el sector turístico lo vivirá de otra manera. En esta ocasión, el destino me ha vuelto a colocar en una posición poco admirable, como la de un mono que saltó de una rama que se rompía a otra más segura, intentando por el camino ser un poco más creativo, innovarse. Son ya varios septiembres, pandémicos incluidos, notando el crujir de la rama. Salvo que en esta ocasión no sé en qué árbol caeré.
Esta funcionalidad es sólo para registrados
Iniciar sesión