OPINIÓN
Un septiembre lejano
Septiembre ya no es lo que era. Cada año se convierte más en un mes de nervios
Hasta hace no mucho, septiembre era para mí un mes de finales. Terminaba la temporada de verano, el bullicio turístico se desvanecía poco a poco y la rutina regresaba con un ritmo más pausado. Bien sabido es que, en Chiclana, el buen tiempo se estira ... cada vez más: casi todo el año hace calor, los días fríos son escasos y el clima se mantiene amable, como si se resistiera a cambiar.
Por eso siempre lo había sentido como un mes de tránsito: hacia la calma, hacia el sosiego, hacia menos trabajo y menos ajetreo.
Pero entonces llegaron mis hijas, y con ellas mi mundo se puso patas arriba. Vinieron a llenarlo todo de desorden, de ruido, a veces de caos. Y sin embargo, qué bueno es el caos cuando no te arrastra a la oscuridad, sino que abre un espacio nuevo donde reinventarte, donde imaginar otros caminos y otros futuros junto a esas pequeñas personitas que caminan a tu lado.
Por eso septiembre ya no es lo que era. Cada año se convierte más en un mes de nervios. Este, en especial, lo ha sido: una empieza primaria, y la otra… la otra locura ha echado a andar. Camina torpemente, como un pequeño zombi con las manos alzadas, buscando en el aire el equilibrio perdido sin el apoyo de sus padres. Ambas baten las alas un poco más en septiembre. Se atreven con unos metros extra. Y yo, aunque suene egoísta, empiezo a sentirme un poco más lejos de ellas.
Es una contradicción difícil de explicar. Me alegra con toda el alma que avancen, que se suelten, que vuelen. Pero al mismo tiempo nace en mí ese miedo inevitable de los padres: el temor a que llegue el día en que solo pueda mirarlas desde la distancia, cada vez más y más lejos, sin poder alcanzarlas.
Quizá no debería pensarlo así. Estoy viendo crecer a mis hijas, y sé que serán mujeres extraordinarias, de eso no he dudado jamás. Lo serán porque yo lo deseo con todas mis fuerzas. Y aunque un septiembre llegue en el que las vea demasiado lejos, confío en que, tarde o temprano, se girarán. Entonces descubriré que mi voz aún les llega, como un eco fiel que nunca se extingue.
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