OPINIÓN

Padres cansados

En esto de la crianza se suele hablar con superioridad, especialmente los abuelos y las abuelas

Conforme pasan los años, pienso cada vez más que la mayoría de los padres estamos siendo muy severos con nosotros mismos. Escucho, eso sí, muchas críticas, por parte de abuelos y también de otras personas, generalmente sin hijos. La mayoría de nosotros nos vemos absorbidos ... por una mezcla de autoexigencia y falta de autorrespeto, alimentada por esas críticas que mencionaba antes. Y por una autoestima muy baja.

Siempre he pensado que vivimos en una sociedad —la española— que se ceba con el prójimo. Disfrutamos lanzando sentencias como latigazos. En esto de la crianza se suele hablar con superioridad, especialmente los abuelos y las abuelas: «Antes no teníamos tantas tonterías», «antes todo era más sencillo», «antes hacíamos de todo y no nos quejábamos», «no estábamos tan cansados como vosotros». Como si no hubiéramos sufrido ya bastante con sus propios errores.

A menudo, lo peor lo vivo en mi propia generación, cuando escucho a gente de mi edad decir que nuestros hijos serán unos endebles, que lo tienen todo y no valorarán nada. Que están todos malcriados.

Y yo, sin entrar al trapo, la mayoría de las veces siento que necesito que alguien me aclare todo un poco. Que me explique cómo se hace mejor, cómo podemos hacerlo mejor. Y a veces, simplemente, necesito dejar de sentirme violento y dejar de querer pegarle al primero que me diga: «¿Antes no había Netflix?»

No, antes no había Netflix. Ni todo el mundo viajaba. Pero, sobre todo, lo que no había era un crecimiento nulo del sueldo durante los últimos veinte años. Tampoco un encarecimiento interminable del precio de las cosas. Antes había conciliación. Y tiempo para entender a los hijos. Para tratarlos —aunque fuera a palos—, pero tiempo había.

Lo veo a diario. La mayoría de los padres tiran a sus hijos por encima de la verja del colegio y salen corriendo. Es la realidad: tienen que trabajar muchísimo, los dos, padre y madre, en igualdad. Tienen que ahorrar, invertir, porque no vamos a tener pensiones. Y vivimos con miedo a la guerra en Europa.

Es fácil dar lecciones desde un cómodo sillón boomer, viendo cómo suben las inversiones, esas casas que se compraron por seis millones de pesetas y que ahora valen 200.000 euros. Se está bien ahí arriba. Me alegro. Pero desde aquí abajo todo se ve muy lejos, muy desesperante.

Desde aquí abajo, sufrimos sabiendo que, si nosotros estamos así, a saber, cómo estarán nuestros niños. Lo estamos viendo venir, y estamos cansados de que nos machaquen.

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