Opinión
La graduada
Cuando naciste, me prometí que la mejor manera de educar era dar ejemplo
Creo que no tuve un acto de graduación. Y mucho menos tan temprano como el que has vivido tú. No hubo homenaje, ni escenario, ni alfombra, ni música de fondo. Nadie me aplaudió tan fuerte, ni me vi envuelto en la magia de una función ... escolar, con unos padres embobados en primera fila o unos compañeros tan unidos como los tuyos, despidiéndose del primer vuelo, regando las raíces que algún día os harán florecer como girasoles libres.
Puede que se hayan alineado algunas estrellas. O puede que las hayamos ido alineando tú y yo, día a día. En tu cole, los girasoles tienen mucha importancia, y no es casualidad. Te llamamos muy pronto «la niña de las flores», y hemos caminado juntos de la mano cada mañana, recogiendo alguna que otra flor para tu seño, imaginando que dentro de ciertos árboles vivían criaturas mágicas, de esas que llenaban los cuentos que me inventaba para ti.
Hemos tenido mucha suerte. Aunque al principio fue duro para tu madre y para mí. Nunca nos habíamos separado de ti, o muy poco, apenas unos minutos, hasta aquel día en que te soltaste de mi mano —con esa seguridad que solo tienen los valientes— y entraste por esa puerta que da a Infantil. Y ahí, justo ahí, comprendí que la verdadera felicidad consiste en aprender a soltar… con amor. Descubrí que sois como pompas de jabón: necesitáis volar para sentir la caricia de la brisa, frágiles, sí, pero con una belleza que paraliza el mundo, incluso el corazón más frío.
Algún día leerás esto como se debe, cuando entiendas un poco más sobre fracasos y éxitos. Yo, que he sido una bala perdida en muchas cosas, me sentaba en tutorías a preguntarle a tu seño con humildad: «¿Qué puedo hacer para no estropearla?». Así soy yo. Porque desde el primer día lo hiciste todo tan bien, con tanta luz.
Así que lo siento, pero sí: eres mi mayor historia de éxito personal.
Y no, no es porque tus logros tapen mis inseguridades. Nada de eso. Es que, cuando naciste, me prometí que la mejor manera de educar era dar ejemplo. Por eso me metí de lleno en tu cole, me impliqué. Hace poco incluso te contaba que me iba a presentar a la directiva de esa cosa rara que se llama AMPA —que todavía no entiendes muy bien—, y te dije que estaría ahí mientras tú quisieras, hasta que dijeras «ya está bien», o hasta que los dos pasáramos juntos, de la mano, a la siguiente etapa.
Eras tan pequeña cuando naciste… cabías entera entre mis manos. Y desde aquel instante supe que daría mi vida por ti sin pensarlo. Lo supe cuando te sostuve por primera vez, cuando corté tu cordón umbilical. Por eso no me pesa ni una sola hora invertida en reuniones, papeleos o gestiones. Porque lo hago por ti. Porque lo haría mil veces más.
Me he graduado contigo, vida mía.
Quizá sea verdad eso que dicen: que las hijas cambian a los padres, que los hacen crecer. Yo te llevé a ese colegio pensando que allí te formarían, que aprenderías… y has terminado siendo tú quien me ha enseñado a mí. A mirar de otra manera. A confiar. A amar mejor.
Te quiero tanto, y estoy tan, tan orgulloso de ti.
Enhorabuena, niña de las flores.