OPINIÓN
Fortaleza de libros
El libro sigue siendo un vehículo noble para engrandecer la cultura, pero pocos se atreven a mejorar las circunstancias y el ecosistema que lo hace posible y duradero
En el momento en que ustedes lean este artículo, posiblemente yo —junto a unos cuantos amigos— estaré celebrando, alegremente, una jornada de presentación de lo que será la segunda edición de Gaditanoir.
Este festival de género negro volverá en noviembre, como ya lo hiciera en ... su primera edición: con los primeros fríos, con las primeras oscuridades.
Lo cierto es que el panorama actual, veraniego y abrasador, se encuentra bien lejos de ese momento. Especialmente si hablamos de la Feria del Libro de Cádiz, que estos días transcurre con una aceptación templada, pero sufriendo las consecuencias de una ola de calor implacable.
Seguramente, mientras ustedes leen estas líneas, yo estaré allí, en ese bastión de libros tan romántico y peculiar, apurando —eso espero— una cerveza muy, muy fría. Justo antes de presentar esta cabezonería nuestra de pandas.
Creo que hay pocos lugares en España tan singulares y bucólicos para celebrar una fiesta literaria: casamatas abiertas al mar, pasillos que conectan antiguos puestos de defensa, hoy conquistados por la palabra escrita en lugar del estruendo de la pólvora.
El ambiente que reina ahora en ese baluarte, durante estas jornadas, está siendo tomado por los lectores. Dicen que, en el último año, la industria editorial ha crecido más que en los anteriores. Eso dicen.
Pero la realidad —al menos para quien esto escribe, que se dedica a la publicación y venta de libros— es que todo lo que rodea al libro, con frecuencia, parece estar mediado por personas ajenas al desvelo cotidiano de cuadrar cuentas y sostener proyectos. El libro sigue siendo un vehículo noble para engrandecer la cultura, pero pocos se atreven a mejorar las circunstancias y el ecosistema que lo hace posible y duradero.
Por eso celebramos, con entusiasmo, que aún existan programadores culturales que se entregan con pasión a estas ferias en lugares con alma; librerías que trasladan estanterías enteras; agentes culturales medio despistados, transeúntes de lo imposible, organizando festivales utópicos; editores y escritores que se dejan arrastrar por el impulso infantil —y hermoso— de encontrar algún lector extraviado entre la multitud… especialmente en estos días en los que el calor aprieta sin piedad.
El oficio de los libros es, en el fondo, imposible. Y, sin embargo, ofrece descanso a todos aquellos que, en sus sueños más lejanos, aún creen en él.