OPINIÓN
Desde Chiclana con amor
Porque, vamos a ver: ¿se puede llegar a boicotear una editorial, una empresa cultural tan humilde y arriesgada, simplemente por fijación o por mezquindad?
La gente, por regla general, se ríe muchísimo cuando les explico que, desde que nació mi primera hija, decidí mejorar como persona. Quienes me conocen bien, además, creen que es un comentario sarcástico, como si escondiera una puya camuflada o una crítica sutil a algo ... en concreto.
Dentro de poco se cumplirán siete años desde aquella tarde en la que me senté con mi Javi en el Don Pan de Bahía Sur para planear... ¿una editorial?
Sí, suena a chiste, pero siempre nos pareció un buen punto estratégico, en plena Bahía de Cádiz. Aunque, siendo sinceros, la mayoría de nuestras reuniones terminaron celebrándose en algún chiringuito de la playa de La Barrosa, y las cenas «de empresa» en una de esas muchas pizzerías que pueblan la costa chiclanera.
Tanto es así que, hoy en día, puede decirse que el campo de acción de nuestro catálogo editorial bebe de la ciudad de Cádiz, pero nuestra base de operaciones está en Chiclana de la Frontera.
Y mi Javi —por si alguien quiere ir a buscarlo, aunque nunca lo encuentro porque siempre está metido en un autobús— vive en la Isla de San Fernando.
Dar el paso de aficionado a profesional es complicado. Exige esfuerzo, planificación y mucha constancia. Todo lo demás es secundario. A eso de los impuestos, la burocracia y esa entrañable cultura del desprecio tan española —como decía Fernando Fernán Gómez— uno termina por acostumbrarse. Lo hacemos los comerciantes, los churreros, los fontaneros... y también los editores. Nada nuevo bajo el sol.
Para Javi y para mí ha llovido mucho en este sentido. Hemos pasado por verdaderas épocas tormentosas, como aquellas ferias del libro de Cádiz en las que nos decían que «no teníamos nada atractivo para ofertar», algo que cualquiera podría confundir con un dialogo de los hermanos Marx. Porque, la verdad, te encuentras un poco de todo. Lo peor —aunque ya lo habíamos aprendido desde nuestra época como becarios de escritura— es que se repiten ciertos patrones: comportamientos poco éticos, puñaladas traperas, y lo que yo llevo años llamando «boicots caniches».
Porque, vamos a ver: ¿se puede llegar a boicotear una editorial, una empresa cultural tan humilde y arriesgada, simplemente por fijación o por mezquindad?
No lo sé. Pregunten ustedes por ahí. Pero, en cualquier caso, poco a poco, nos empieza a impresionar él nivel de insistencia en esa fijación, cuando está más que demostrado que pasarán los años y estaremos surtiendo la provincia y todo el territorio que podamos abarcar con nuestros libros.
Lo peor, lo que siempre he asumido con verdadero dolor de cabeza, es esa mezquindad, pero ya institucionalizada. Sería de agradecer, creo que eso no cambiará, que después de salir vivos de esta especie de juegos del hambre que es la «industria editorial», si se puede llamar así, que al menos, las instituciones nos lo pusieran un poco más fácil. Se supone, creo que es así, que los gobiernos locales deben tener una especie de plan de fomento de la lectura, en él que se vean integradas acciones en colaboración con los «agentes culturales».
Lo digo con cariño, desde Chiclana, y con mucho amor.
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