Opinión
Molt bé
Hago un alto para reflexionar sobre la necesidad hoy en día de hacer lo que se debe en vez de lo que se espera. Lo que se debe es diferente de lo que se quiere o necesita
Ahora que el tiempo acompaña y la fiesta de la libertad llega a su recta final, me gustaría hacer un parón en el camino, en lo que vendría a ser esta forma alocada de escritura de mis últimas columnas.
Hago un alto para reflexionar sobre la necesidad hoy en día de hacer lo que se debe en vez de lo que se espera. Lo que se debe es diferente de lo que se quiere o necesita. Es el inicio de un acto de insurgencia, una respuesta rebelde. Lo que se debe nace de las entrañas, de lo más profundo de nuestro ser. Sin explicación, un día nos levantamos y decidimos hacer lo que se debe, de manera contundente y decidida. Lo que se debe hacer, tarde o temprano se acepta sin reclamo. Es la parte más visible y honesta del ser humano.
Hay que tener mucho coraje para hacer lo que se debe, teniendo en cuenta las consecuencias. A veces la vida no es tan fácil ni cómoda, y las consecuencias de hacer lo que debemos pueden llegar a ser lamentables.
Hace unas semanas, mientras pensaba en qué línea tomaría la columna, llegaba a la conclusión de que tendría que encontrar la línea mientras caminaba, como si de un largo viaje se tratara este compromiso semanal. Ya saben, se hace el camino al andar. Y poco a poco fui amasando este tipo de columnas, este cúmulo de pensamientos, de inseguridades, de incertidumbres. Al principio, quería hablar sobre los pájaros, las flores y los paisajes, sobre cosas bonitas. El mundo es demasiado triste como para recordarlo continuamente.
Y así, cada viernes, después de la resaca literaria del miércoles o el jueves, nace dentro de mí algo que tengo que contar, algo que he visto. La mayoría de las veces tengo que enfrentarme al dilema de contar lo que debo o lo que se espera. Y aunque me pesa, creo que siempre acabo contando lo que debo. Pese a todo, pese a los demás. Lo que se espera de mí nace realmente de la necesidad que tienen los demás de conocerme de la mejor manera posible. Como si tuviera que estar continuamente engañando a los demás para que no me lapidaran. Aunque por suerte las columnas salen y a partir de ahí el estropicio no tiene arreglo.
Quizá Rosa Parks se negó a ceder su asiento a un hombre blanco aquel día de 1955 porque hizo lo que debía hacer. Miró al futuro con los ojos de sus hijos, como hacemos los desgraciados que tenemos esa necesidad imperante de cambiar las cosas. Quizá se han levantado pueblos, personas, grupos, sociedades, simplemente porque alguien debía hacerlo. La mayoría de las veces las luchas no tienen sentido, solo cuando el paso de los años permite un reposo profundo, trascendente, y una consecuente mejora pese a todos.
Quizá muchos artistas han tenido que enfrentarse a lo que se establecía, con las herramientas que les proporcionaba la libertad única y absoluta, la del pensamiento.
Se ha acribillado a Martínez Ares en redes sociales por su pasodoble en catalán. Por su «catalanofobia», por su facherío. Hace tiempo que se instauró en este país el pensamiento único y el carnaval tiene que ser una fiesta por y para la libertad. Pese a que todo el mundo espera que los autores de carnaval canten lo que se espera de ellos, y no lo que deben cantar. El pasodoble en sí, mediante un pintoresco catalán, nos habla sobre toda esa estrategia inconstitucional que está llevando a cabo Pedro Sánchez para mantener las esperanzas de sus socios de Gobierno. Pero lo que a muchos les ha sentado mal, será porque en algo lleva razón, es esa frase lapidaria para rematar el pasodoble: «Por siete votos has resucitado a Franco». Y hoy, inevitablemente, me he levantado pensando en que debía recordárselo a todo aquel que lea esta columna.
