OPINIÓN

Tiempo de pasión

Unos personajes locos de avaricia irrumpieron al unísono. Tres descerebrados ocuparon nuestras vidas y nuestras almas

Antonio Ares

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Aquel Gólgota había pasado de ser una pequeña colina a las afueras de Jerusalén para convertirse en algo tan magnánimo como un planeta, el único habitado de nuestro sistema solar. En sus dimensiones terrícolas se dirimía el destino de una humanidad temerosa. Un ser humilde, ... imbuido del bien global, la paz y el amor fraternal, había fracasado en sus intenciones. Después de más de dos mil años, ni había actos de contrición de los delincuentes ni propósito de la enmienda de los malhechores. Todo seguía igual, la ambición, la envidia, la maldad, el miedo y el dolor sin sentido seguían nublando el panorama de una civilización a las puertas de la debacle. Un tiempo antes, los que tuvieron la capacidad de decidir se habían lavado las manos, sin importarles las nefastas consecuencias. Mientras tanto una muchedumbre enfervorecida, ebria de odio y de reproches, clamaba una venganza que muy pronto se les volvería en su contra. Los fariseos campaban a sus anchas por las altas esferas del poder, mientras que los cainitas y traidores urdían sus guerras abiertas por todos lados. Sólo algunos atrevidos, seguidores del mensaje fraternal, apostaron por lo imposible. Unos personajes locos de avaricia irrumpieron al unísono. Tres descerebrados ocuparon nuestras vidas y nuestras almas. Uno de ellos sólo quería invadir lo que no era suyo, otro hacía de la codicia arancelaria su única bandera, aunque en ello fuera la pobreza global, y el último sólo soñaba con un exterminio con tintes de saqueo inmobiliario. Sólo había que ser consciente de la que se nos avecinaba para saber que la destrucción era el objetivo de esta triada de maldad superlativa. Los de a pie, con ruegos y plegarias, intentaba deshacer los entuertos. Con olor a incienso, imágenes enaltecidas y ritos protocolarios intentaban remediar el daño provocado y conseguir que todo volviera a la más absoluta rutina. Aquel buen hombre, rendido ante tanta barbarie, comunicó a los ladrones que se encontraban a su diestra y a su siniestra, que vivíamos tiempos de pasión. Pasión por renunciar a tantas guerras y dolor estéril sin sentido. Pasión por redimirnos de tanta estupidez humana que supera a la ficción más hiperbólica. Pasión por compartir y no desear más allá de lo necesario. Pasión por todo aquello que nos hace felices y que no se puede comprar con dinero. Pasión por el sueño de seguir creyendo en la humanidad, a sabiendas de que el salvarnos de tanta malicia sólo está en nuestras manos.

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