opinión

Getsemaní

El hambre se ha convertido en el arma de guerra más destructiva

En aquel huerto no crecían verdes hortalizas. Allí no se cultivaban frutales, ni si quiera el olor a azahar inundaba los prolegómenos primaverales. Ni tomillo, ni alhucema, ni albahaca, ni hierbabuena. En una esquina había una higuera ostentosa con sus hojas de color verde rutilante. ... Nadie lo vigilaba. Por las noches permanecían abiertas sus puertas desvencijadas que no disuadían ni a propios ni a extraños. Sus propietarios confiaban en las buenas maneras de los paisanos. Sólo algunos niños osaban a irrumpir a deshoras en busca de algo que llevarse a la boca. Las noches de luna nueva el recio negro cubría las copas de los olivos a los que hacía poco que se les habían esquilmado los frutos de su AOVE. Allí se había construido la Basílica de las Naciones, conocida por algunos como la Piedra de la Agonía, en su lado norte estaba la tumba de la Virgen María, muy próxima la Iglesia ortodoxa de Grecia, y muy cerca la ortodoxa rusa de Santa María Magdalena. Aquella parcela rústica, después de más de dos mil años, seguía indemne a religiones monoteístas y a especulaciones urbanísticas. Muchas habían sido las manos propietarias que a lo largo de la historia habían cumplido con sus diezmos, pero aún al entrar, a creyentes e incrédulos se les aceleraba el pulso, como si una energía inexplicable se apoderara de voluntades. Todavía resonaban las pisadas del apóstol traidor, aún se podían escuchar las tres negaciones del arrepentido. Se podía palpar que la angustia y el sudor con color de sangre bajaban a la tierra mundana de Nazaret.

Vivimos en un mundo de pasión, y no me refiero a la devoción ni al entusiasmo, ni a la adoración perpetua, ni siquiera a esa querencia o fervor que nos hace perder el sentido y la razón, sino a la acción de padecer, a esa turbación que nos desordena el ánimo y nos lleva al dolor del alma. A poca distancia de ese huerto, la pasión tiene cara de niño, con la muerte y la destrucción como mochilas. La venganza campa a sus anchas sin importarle el dolor extraño. El hambre se ha convertido en el arma de guerra más destructiva. Los genocidas no precisan de usar armamentos sofisticados, no tienen por que gastar munición, les basta con una simple reja metálica, y sobre todo el miedo. Según UNICEF la mitad de la población de Gaza (unos dos millones de habitantes) se enfrentan a una falta extrema de acceso a los alimentos. La desnutrición y la sed se han convertido en un arma de guerra, barata y cruel. Gaza se ha quedado sin ayuda humanitaria. Israel bloquea la entrada de cualquier suministro. Las personas adultas han reducido su ingesta de alimentos contar de cederles comida a sus hijos. Los responsables de la Media Luna Roja han hecho un llamamiento descarnado de una ayuda que nunca llega.

Nunca un territorio tan reducido ha conseguido concitar tanto dolor a lo largo de la historia. No es cuestión de fronteras. Nada tiene que ver con religiones, todo es un mero negocio, el de la aniquilación y el de las armas.

La paz es plácida y quieta, disfruta con el bien ajeno, no vende nada, no es un buen negocio.

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