Opinión

Zapatos

«Pepe y yo estrechamos lazos cada vez más y la venida del invierno y la estufa nos ha unido en eso que llaman 'vínculo'»

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A mí tampoco me tocó la lotería este año, amigo lector. Ya ves, es lo normal. A mí me sucede que siempre compro, pero el día de antes, justo me da un poco de reparo el deseo de que toque, porque uno se para a pensar en otro que lo necesita más y supongo que será así para abajo, que siempre hay alguien que lo necesita más, y yo que me eduqué en la cosa cristiana, pues cuando no me toca casi que respiro aliviado. Solo un poco. Pero aliviado. Con todo, este año me venía bien un pellizquito al menos porque tengo unas urgencias importantes. Verás, hace unos meses adopté un perro, lo conté por aquí. Lo llamamos Pepe, por Pier Paolo Pasolini. P.P. Lo que te digo, Pepe al fin y al cabo.

De intelectual, Pepe tiene poco, aunque sucede que Pepe es un ser enigmático y fetichista y hay dos cosas que se come como si la vida le fuera en ello: los churros y los zapatos. Lo primero lo llevamos con cierta tranquilidad. A la churrera del barrio hasta le hace gracia. Pepe llega a la churrería, le hace sus reverencias a la churrera, se sienta, le ladra un poco. Pepe tiene su aquel. Seduce. Su única virtud es ser guapo, porque listo, listo, lo que se dice listo, no es. El caso es que los churros son una cosa barata y entre eso y la paulatina rehabilitación en su adicción al azúcar, que intentamos por todos los medios que no alcance, vamos tirando. Pero lo de los zapatos me tiene frito. Porque Pepe come zapatos como el que se come unos gusanitos por la tarde en el parque y yo ya no doy para comprar zapatos porque van diez desde que Pepe, ese ser preparado para crear el caos, el mal y el dolor ajeno en cualquier pie despistado, no tiene apenas piedad para con mis zapatos. Le gustan de todo tipo y color. A cualquier hora del día. La última vez salí en babuchas a la zapatería y una señora me miró como diciendo: «la juventud está fatal, sale a la calle de cualquier forma» y yo estaba por cogerle de las solapas y decirle: «usted no sabe que el nombre del demonio empieza por P».

En estos instantes de crisis zapatil llegados sus nueve meses de edad, hemos vaciado un baúl para que Pepe no atisbe ni la sombra de unos cordones, ni nada que se le parezca pueda estar a la vista de ese olfato que quiere que yo sea conocido como 'el pies descalzos' de mi barrio. La psicosis llega a tal punto que a veces me invade el pensamiento una idea: quizás los zapatos no estén del todo seguros y, puede ser, lo más sensato sería coger unos planos y hacer un búnker subterráneo en algún lugar a las afueras donde Pepe nunca pueda hallarlos, aunque Pepe escarbe, ya que escarba de lo lindo el cabrón, y a lo mejor habría que hacer un búnker sobre un búnker para extremar precauciones. A lo mejor estoy exagerando, yo qué sé, pero cualquier previsión es poca.

Con todo, lo llevo bien. Pepe y yo estrechamos lazos cada vez más y la venida del invierno y la estufa nos ha unido en eso que llaman 'vínculo', porque el calor nos une a todos, desde la fogata aquella de los tiempos del neolítico en que probablemente un hombre se tumbó junto a un lobo, que luego fue un perro y finalmente involucionó en Pepe.

Pero bueno, qué quieres que te diga, yo le he cogido su aprecio. Pepe escucha bien. Cuando llego a casa y le cuento el día o escribo de noche como si fuera una taladradora en el estudio, el tipo aguanta y me espera y nos miramos y luego somos esos dos que se miran y algo de amor hay llegados a este punto. Progresamos adecuadamente. Yo lo cojo como un saco de papas en el sillón mientras vemos la tele para que no se resfríe. Él ya apenas se mea en la pared mientras me mira con indiferencia. El enamoramiento palpita. Él con mis pies, yo con sus orejitas siempre puntiagudas. Sobre todo porque Pepe no me habla del Tribunal Constitucional, ni me martillea la cabeza con que España se va a la mierda y viceversa. Y llegados a esta fecha en el calendario, con las cenas y copas de Navidad en plena efervescencia, es un punto positivo de manual. Pepe, como compañero en estas lides, es la releche. Me dirás, con razón: Pepe es un perro, no sabe que España existe. Y yo te respondo, que sí, pero si lo supiera, seguro que se comía sus zapatos.

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