OPINIÓN

Un perro de pleno derecho

Es fácil confundir la calma con la docilidad. Y no es lo mismo, vaya si no es lo mismo

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Desde hace unos días mi perro, Pepe, ha empezado a caminar más lento en la calle. Cuando vino a casa siendo un cachorro, una vez pasados los meses para que no le picaran los bichos, era un torbellino. Cada salida era, en definitiva, una mala noticia para el común de los seres vivos, que veían su realidad llevada al apocalipsis en apenas segundos. Se tiraba encima de todas y cada una de las personas que veía, se abalanzaba contra todos y cada uno de los perros que se encontraba, lamía el suelo como si este estuviera hecho de chocolate y mi brazo, en fin, dejó de ser un brazo por un tiempo para ser un trapo viejo que ya a nadie le importaba. Era ya guapo, eso sí, muy guapo, lo que aliviaba la situación porque la estética importa, por mucho que digamos que no, y con ella engañaba a los vecinos, pobres, que caían siempre en la trampa de su guapura.

La cosa es que ahora se ha calmado. Decían los expertos en la materia que eso iba a pasar, aunque yo no lo creyera. «De repente un día», decían. Y Pepe creció. Ahora es una suerte de Joselito, temperamental solo cuando toca. Y esa es por el momento su historia. Y en el fondo creo que la de todos.

Cualquiera que lo piense se dará cuenta que la ansiedad de vida es un peaje que ha tenido que pasar antes de vivir con cierta pausa o, dicho de otra manera, poder dejar que nos acaricien sin que demos un ramalazo huyendo para dar vueltas sobre nosotros mismos de forma absurda en vez de disfrutar la carantoña. A menudo, yo creo, nos vemos embriagados por esa aura de que las cosas si no están hechas de la manera más desmesurada, pierden su belleza.

La vida romántica, al menos en el tiempo que a mí me ha tocado vivir, es el común denominador mientras uno aprende de qué va esto. Todo parece poco. Abandonarla no debería verse, pienso, desde el prisma inútil de la ilusión perdida por los años o el apaciguamiento del ánimo, sino desde la profunda convicción de que, para ser feliz, es necesario ser cada vez más sutil en lo que uno hace, menos tosco en los movimientos y que, quieras o no, irremediablemente, uno aprende que la tierra quemada nunca puede ser luego tierra prometida.

Lo que te vengo a decir esta semana es que, a lo mejor a ti también te pasa, pero en el proceso vital yo también me he ido tranquilizando. Y eso está bien. En el amor está bien. En la familia, igual. Con los amigos. Uno solo puede amar, confirma ya después, en la pausa. Y, sin embargo, hay algo que me inquieta.

Es fácil confundir la calma con la docilidad. Y no es lo mismo, vaya si no es lo mismo. Hace falta salir un solo día, caminar un solo día, estar un solo día, en la calle, en las oficinas, en los supermercados, en las terrazas, en los barrios y las universidades mirando todo ello con los ojos atentos para darte cuenta. Aunque ser dócil sea una característica maravillosa para un perro, es la peor de las posibles para un ciudadano de pleno derecho. No sé si me explico.

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