Periodista de provincias

Es jodido esto de ser periodista, con todo. La mayoría, los jóvenes básicamente, no es que seamos precarios, es que miramos a la tarjeta del banco y nos mira mal

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Yo llegué a esto de rebote. Supongo que por eso no lo tengo tan sacralizado como otros. De ser periodista me gustaba la idea de que los textos fueran efímeros. A mí, que me tragué libros y libros en mi carrera de humanidades, no os voy a negar que me ponía un poco algo de emoción diaria. Pensar rápido y bien, creo yo, siempre es más sugestivo que pensar la excelencia al ritmo de tortugas. Siempre tuve claro, eso sí, que lo de la corte no me interesaba mucho. Me explico: para los muchachos y muchachas que nos juntamos en las provincias, las decisiones de Estado nos pillan normalmente lejos. Y es un alivio. Al fin y al cabo, por mucho que le dé sus vueltas, y aunque la actualidad mande y atraviese, siempre me va a importar más cómo está mi vecino que cómo está Pedro Sánchez. Qué le vamos a hacer. Algunos vinimos así de fábrica.

Es jodido esto de ser periodista, con todo. La mayoría, los jóvenes básicamente, no es que seamos precarios, es que miramos a la tarjeta del banco y nos mira mal. Como cansada. A pesar de todo, este curro tiene algo de vicio. Pero como todo vicio, también tiene sus obsesos. Al principio, la primera vez que pisas una redacción, resultan estimulantes. Pero como te lo creas demasiado, a medio plazo te da un siroco. Esto, además, tiene sus liturgias y su credo. El oficio de periodista, como lo conocemos hoy, podrá tener apenas dos siglos de vida. Un soplo de aire en lo que a la historia respecta. De ahí que, como con toda nueva religión, los feligreses se la cojan con papel de fumar la mitad del tiempo.

Hay frases, yo qué sé, que te caes al suelo. «El oficio más hermoso del mundo». Ala, sin mirarse el ombligo ni nada. O esta que estamos escuchando estas semanas de la lluvia. Lo de «si una persona dice que llueve y otra que no, ¡abre la maldita ventana!». Como si 'la verdad', que pocas veces hay solo una, fuera tan sencilla de evidenciar como un fenómeno atmosférico. Buena parte de las veces, al menos para mí, lo más difícil de asumir es que escribimos sobre personas. De carne y hueso. Que se levantan, se acuestan, comen, cagan y mean. Y tienen familia, amigos. Eso es, en el fondo, lo que lo hace interesante, y, por suerte, tienen su propia y particular complejidad en cada una de ellas. Es un material sensible, claro. Pero oye, tiene su punto.

Como en todos los trabajos, por otra parte, también existen los paternalismos. Envidias, las que tú quieras. Y gente que solo habla del curro, para qué nos vamos a engañar, la mayoría. De siempre, además, está esta cosa clasista del centro y la periferia. «Irse a Madrid». La tierra prometida. Un hoyo para casi todos, ya te lo digo yo.

Arriba, arriba, se quedan unos pocos. Los demás suelen tragar y hacer lo que pueden, solo que en una ciudad más cara y con el alquiler por las nubes. Por eso me hace gracia cuando aparecen estos discursos en bloque contra la profesión. Cuando me explican una y otra vez la famosa cena de Ferreras, yo solo pienso en la cuenta. Cuánto se gastarían esa noche. Yo apostaría que a mí el montante me paga todas las facturas del mes de un plumazo. No es una pulla, es que, empíricamente, este que te escribe y el tipo que ves por la tele, vivimos en mundos distintos.

Si algunos nos quedamos en este curro, a excepción de algún flipado que otro, lo hacemos porque nos gusta. Es casi naif. Pero es así. Busca la lista de oficios peor pagados, que nos vamos a reír. Y sí, evidentemente es ingenuo pensar que lo que escribes o dices en una radio o en una tele no influye al personal. Claro que lo hace. Pero la buena fe está más extendida de lo que se cree, salvo porque hay mucha gente que se enfada cuando lo que cuentas u opinas no coincide con lo que piensan. ¿El poder?, eso es otro debate. Oscurito, muchas veces. Pero ya hay que ser advenedizo o no enterarse de la misa la mitad para no darse cuenta de que más del 90% somos, precisamente, desposeídos con peluca, que diría aquel. La firma es un disfraz. Desde el sur, también te digo, yo no aspiro a mucho más que a poder ganar para vivir sin que me atormenten ciertos fantasmas por la noche. Y saludar a mi vecino, que es menos guapo que Pedro, pero lo veo más.

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