OPINIÓN

Llamar a un barco «libertad»

Es una pena que haya quien, siendo rígido y grande, se moleste tanto cuando se meten con él y hasta pueda amenazarte por ello

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Lo de la libertad no es «cosa menor», que diría aquel, para la mayoría de la gente. Se trata de esas ideas que nos construyen, que hacen que uno salga a la calle y se sienta legitimado para decir: «soy libre», como si tal cosa. Hay quienes dicen que nunca seremos libres, ni aunque quisiéramos. También hay quien piensa que los pobres no pueden serlo mientras sean pobres y otros que piensan que, siendo rico, al final, hay que ver, qué pena, se es en realidad menos libre. La libertad es de esas palabras que uno las llena como quiere, porque es eso, una palabra, solo que, como palabra, entre todas, quizás nos resulte siempre de las más importantes.

Yo pienso muchas veces que sí, que eso no lo quita nadie, pero que más que en la libertad, habría que pensar en los yugos. Porque sí, uno nace en principio libre, pero luego viene todo lo demás. Y si le das una vuelta y lo reflexionas concienzudamente, lo de la libertad se va la mierda muy pronto. Uno tiene una familia concreta, nace en una casa concreta, un pueblo concreto y aprende una lengua concreta. Luego tiene vecinos también muy concretos y hace amigos, se enamora, vive, trabaja, enferma y muere de formas muy concretas. Se podría decir que lo de ser libre, en el fondo, es más una voluntad que un ser, digo yo, porque la mayoría del tiempo, ya lo he dicho muchas veces, uno quiere hacer lo que quiere, libremente, pero al final hace lo que puede. Y está bien saberlo, porque el bajón se viene raudo si no lo tienes en cuenta y, además de ser libre, uno quisiera ser feliz de alguna forma.

A veces la gente, también pienso, confunde la libertad con el exacto cumplimiento de los deseos y paranoias de uno, cuando más bien tendría que ver, al menos en mi precaria visión del mundo, con los pactos que hacemos para darnos cancha entre nosotros mismos y el otro. El carnaval a mí siempre me ha parecido ese intento maravilloso, sobre todo en Cádiz, que la tierra tira, de fundamentar ese pacto de manera ordenada y a la vez arbitrariamente libre. Un momento en el que la gente dice lo que quiere, como quiere, sin peligro de que nada les pase. Hay muchos 'peros' en esto, aunque te insisto que se trata más de una voluntad que de otra cosa.

En Cádiz sucede que esa voluntad se confunde muchas veces con el ser por determinados hechos históricos que amparan el asunto. Uno nace donde La Pepa y ya se cree capaz de todo. Y menos mal que es así. Yo mismo, a lo largo de mi vida, que todavía es la de un joven que cada vez menos, me he servido de la excusa gaditana para tener algo más de valentía y no callarme algunas veces cuando debía. Sobre todo porque la cosa carnavalesca tiene aquello de meterse con el grande cuando eres chico, que para mí es la única forma de tomarse con humor las desgracias de uno. Decía John Cleese, el de los Monty Python, que «no te puedes reír del dolor, pero sí de la violencia». Y estoy de acuerdo. En otra ocasión escuché, también a John Cleese, contar en un documental que cuando uno se mete con alguien es gracioso si el otro es rígido, es decir, si muestra una actitud o circunstancia que presupone superioridad sobre los demás. Lo explicaba como una razón para que, aunque se inventaran chistes hilarantes sobre Jesucristo, al final ninguno les encajaba del todo para que fuera él y no Brian el protagonista de 'La Vida de Brian'. Y estoy de acuerdo.

Es una pena que haya quien, siendo rígido y grande, se moleste tanto cuando se meten con él y hasta pueda amenazarte por ello. Y eso, por desgracia, puede pasar incluso en carnaval. Incluso en Cádiz. Pero, te insisto, el tema este de ser libre es una bicoca, lo de reírse de algo o no, aún más, y, al final, ya lo he dicho, últimamente más me preocupan los yugos. En cuanto a la Libertad, así en mayúsculas, le puedes poner ese nombre hasta a un barco, si te parece.

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