OPINIÓN

Fracasado entierro

A la memoria se la tiene que matar dos veces, sino se desprende enfrente tuya en los lugares más inoportunos. Y a veces, ni aún así

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Nadie me avisó de que cuando llevas cerca de diez años viviendo en una misma casa la mierda empieza a ser indiscernible de los recuerdos. Cuando uno tiene 20 años cree que cualquier objeto tiene valor útil en tanto que, piensa, guarda una experiencia, un algo que te une, como autopista directa, a un momento o una persona querida. Lo cierto es que no. Tocando las puertas de los 30, en fin, yo ya no recuerdo por qué tenía yo esta hoja guardada en una caja o este jersey lleno de pelotillas o este cuaderno que no tiene nada apuntado y que, no sé, será o un regalo o un gesto a la esperanza de reescribir la vida. A saber. Estos apuntes de Lingüística yo creo que no me los voy a volver a mirar. Y la camiseta que Pepe convirtió en añicos cuando era un cachorro habría que hacer un esquema para recomponerlo. Me pasa lo mismo con los libros. He tomado la decisión de que ya no voy a ser ese intelectual burgués que tú entras en su casa y te apabulla la sabiduría al kilo pues, al fin y al cabo, de burgués ya me queda poco y de sabiduría, pues mira, por ahora, casi nada. En cuanto a la ropa, aceptemos que los 'outfit' pasan de moda, que yo mismo paso de moda y que lo suyo, por dignidad, es ir a los básicos. El resultado: mi casa ha tenido un ambiente muy parecido a un Vietnam de tres al cuarto. Cajas, cajas, cajas. Maletas, maletas. Bolsas y bolsas y bolsas de basura. He perdido al perro en varias ocasiones sin necesidad de abrir la puerta y al conflicto emocional le ha seguido una pequeña sensación de asfixia que a veces me dejaba parado en una esquina. El caso es que he salido vivo y puedo contarlo.

En cuanto a la mierda, compré un paquete de bolsas del Día, las más baratas, 1,75 euros, porque el presupuesto, como el armario, hay que dejarlo en estos tiempos ajustado. Casi a paladas le fui ganando espacio a la casa y de repente, después de casi una década volvía a verse hermosa a medida que, sin compasión, los recuerdos/mierda/inclasificables se fueron acumulando en las bolsas del Día baratas que en principio parecían aliadas, pero ya luego no. Rompí varios cuadros por el camino. Cristales. También había cristales en las bolsas del Día. Salí a la terraza a meter las plantas muertas en las bolsas del Día. Nueva vida. Nuevas plantas. Regar. Qué buena idea. Y así todo.

Llegó el momento de coger la última palada, abrir el armario, coger las cartas, los cuadernos, los arbitrarios objetos que en algún momento definieron algo, supongo, pero que ya no quiero, porque duele la vida también cuando la memoria, como la mierda, se acumula. Algunas cosas se quedaron, claro. Uno aguanta el cinismo, como cualquiera, hasta cierto punto. Una semana después se acabó el recuento.. 10 bolsas. Todas negras, como abejorros inmaculados. Cuesta aceptar que lo que antes tenía un sentido ahora se ha conformado en una homogénea nada. En residuos. Pero más cuesta aceptar que vivo en un cuarto sin ascensor, amigo lector, amiga lectora. Así que, optimismo de la voluntad mediante, allá que fui.

Ana ese día estaba en casa y se había venido a ayudar un poco al trasiego físico y sentimental y al coger la primera bolsa me despidió como se despide a los marines americanos en las películas. Ya sabes, sin saber si volvería, pero que, de hacerlo, seguro que devastado. Eso al menos pensé yo. Lo cierto es que ella estaba entre descojonarse y la penilla. Al lío. Yo empiezo. Paso, paso. Escalera. Rellano. Uf. Sudar. Y llegados a la calle, en los 100 metros que me separan con el contenedor, la bolsa se raja. Y cae la tierra, caen los recuerdos, los cristales rotos. Todo junto, inundando el callejón frente a mi puerta. Como si toda esa concatenación de sentido se negara a ser olvidada. Como si la vida vivida, al fin y al cabo, fuera siempre más difícil de enterrar de lo que parece por mucha tierra que le eches. Ana bajó riéndose. Yo, las manos en la cabeza. Escoba y recogedor. Y a una bolsa del Día. A la memoria se la tiene que matar dos veces, sino se desprende enfrente tuya en los lugares más inoportunos. Y a veces, ni aún así.

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