OPINIÓN

Otras formas de caminar

Como si una suerte de inquina rutinaria, de esfuerzo que no lo es pero se palpa, nos poseyera

Esta funcionalidad es sólo para registrados

Hay rutinas que el cuerpo adopta por necesidad y otras por pura repetición. Uno se despierta y se acuesta casi inconscientemente y dice «es la hora de dormir». También uno se sorprende abriendo la nevera a mitad de la noche simplemente porque dice «tengo sed. Siempre he pensado que el deseo va por otro lado, más maniático, más preciso en cuanto a las neuras de cada uno y desorganizado en lo que al lenguaje se refiere. El otro día le decía a un amigo: «Llevo deseando que se termine el verano desde que empezó y, mira por dónde, ahora me da pena que se acabe». Ya ves que esto de desear es un follón y lo de la rutina, tan limpia en sus quehaceres y clara en su inanidad, a mí me calma. Sobre todo cuando no se busca. Desde hace unos años, la última semana de agosto unos cuantos amigos se vienen a Cádiz de visita a pasar unos días. La rutina anual salió de la nada. Nos apetecía quedar y quedamos. Luego un rato paseando. Otro rato en la playa callados. Otro charlando no sé muy bien de qué, pero felices. Y así ha ido pasando el tiempo hasta que simplemente llega la fecha y nos vemos. Sin apenas discutirlo. Como si una suerte de inquina rutinaria, de esfuerzo que no lo es pero se palpa, nos poseyera.

Llevo unas semanas dándole vueltas a este asunto de cómo formulamos nuestras relaciones, eso que ahora en el léxico de los entendidos se denomina como «afectos». Y supongo que tiene algo de esto, de instinto que no se frena en el buen sentido. Pensaba en cómo el amor se nos presenta, ya sea en torno a una amistad o un enamoramiento, que para el caso tanto monta tanto. En cómo nos mezclamos con cada quien, casi siempre torpes, hasta que sin darnos cuenta construimos una suerte de estar en el mundo que, en el fondo, nos define. Confieso que, por mucho que me he comido el coco, apenas sé muy bien cómo se hace ni cómo funciona. Pero importa. Vaya si importa. Aunque no exista, por suerte, ni un solo libro de instrucciones para ello, son las formas de amar las que luego delimitan, al menos para mí, si caemos en el hoyo de ser personas despreciables o, si por el contrario, aún podemos ser amigos.

Decía Camus «no llamamos amor a lo que nos liga a ciertos seres sino por referencia a una manera de ver colectiva y de la que son responsables los libros y las leyendas». Y creo que tiene razón. Casi todos mis amores, ya te digo, fraternos o románticos, han sido a menudo azarosos y complejos. Cada uno de ellos vale su pena, nunca por empecinamiento ni por un relato heredado que ha de cumplirse a rajatabla. No hay un buen hacer en esto, no te confundas. Se trata más bien de saber encontrarse en una incertidumbre que, no sé tú, pero a mí es algo que muchas veces me abrasa y me punza la cabeza salvo por el otro que, sin muchas ínfulas, me mira y pone palabras una detrás de la otra hasta que surge una cierta química que bien entendida es un regalo y la primera puerta hacia una empatía que te salva.

Camus, en ese mismo texto, proseguía: «Yo no conozco del amor sino esa mezcla de deseo, ternura e inteligencia que me ata a tal ser. Pero este compuesto no es el mismo en otros casos. No tengo derecho a recubrir todas esas experiencias con el mismo nombre. Ello dispensa de realizarlas con los mismos gestos». Traducido resulta en que hacemos lo que podemos, que no tenemos apenas ni pajolera idea de cómo amar sin hacer un estropicio, que la mayoría de veces es suerte y que cada amor es, también sin duda, un milagro.

Se me mezcla la quedada de este año con que llevo unos días también mirando la tele, los diarios, la radio. Casi todo. Como todos. Se me cruzó con la paranoia esta que te cuento de pensarse a uno mismo desde fuera. Lo primero que me sale decir es que si algo nos aguanta en este mundo todavía es la fraternidad en la abyección. Contra toda violencia injusta, contra toda forma de terror. Lo segundo, que existen, como te vengo diciendo, otras formas de caminar, de enfrentarse. Cada uno a su paso, en su rutina o su deseo, pero intentando siempre propiciar el complicado encuentro donde pueda yo mirar a cada quien por la calle y decir: «Aquí está alguien que bien podría ser yo». Lo que resulta del ejercicio, si no te da por ser un gilipollas o ya venías de fábrica y ni se te ha ocurrido darle una vuelta, es bonito. Te lo aseguro.

Comentarios
0
Comparte esta noticia por correo electrónico

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Reporta un error en esta noticia

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Muchas gracias por tu participación