Opinión

Fiesta

«Aunque te choque, hay quien directamente no tiene a quién abrazar cuando terminan de sonar las campanadas»

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Supongo que estamos todos en el ajo. El trasiego navideño es un asunto que a todos nos compete, tanto si lo tienes como si no. Hay quienes dicen que solo les gustó la Navidad cuando la pasaron solos por primera vez. Porque esto de la familia, ya sabes, es un percal. Lo decía Engels, lo digo yo y lo dice todo el mundo. Hay pocos convencidos de la Navidad en su conjunto, es decir, verdaderos amantes de la cosa navideña, al igual que hay pocos convencidos de la familia en su conjunto, es decir, verdaderos amantes de la cosa familiar. Van de la mano. Hay veces que uno se pregunta por qué, más allá de cuestiones religiosas, hasta el más ateo se puede sentar a cenar regio y con camisa un día 24, se toma las uvas y se da abrazos y se pone hacer el vaina la noche del 31 al 1 o le comen los nervios la noche del 5 al 6 de enero.

Así visto de cerca, el trasiego navideño tiene un 'porque sí' que a mí sinceramente me gusta, porque rompe de alguna forma con la rutina de los noviembres y los agostos y de repente, porque sí, pues uno se mira un poco más al espejo antes de salir de casa y deja para otro momento otras preocupaciones que nunca crees que puedas dejar para otro momento y se ocupa de cosas y gente a la que normalmente no da los momentos que precisan. Suspender el tiempo en un mundo donde el tiempo lo es todo, pues está muy bien. Ya te digo, yo lo suspendería para siempre, pero una tregua siempre es bienvenida.

También sucede que ese 'porque sí', estoy convencido, siempre tiene que ver con el amor, con querer juntarse, sentir que amas, que te aman. Va de eso. La familia debería ir de eso. Hay quien no tiene siquiera esa tregua. Fíjate, mientras la mitad del país se pregunta donde pasa el fin de año el bendito de Vargas Llosa, en España hay cerca de 5 millones de personas viviendo solas, de las cuales más de 2,1 millones tienen 65 años o más. La gran mayoría, mujeres, un 70.9%.

Aunque te choque, hay quien directamente no tiene a quién abrazar cuando terminan de sonar las campanadas, ni comentar si Raphael es infinito o si Ramón García dónde está. Y no solo eso. Luego está lo que los datos no recogen: las heridas, los huecos en las mesas, las miradas al vacío buscando a quien no está y eso sí que es una reverenda putada con todas las letras. Porque abrazar por abrazar también está muy bien, pero la ausencia, amigo lector y amiga lectora, como bien sabes, o es un monstruo que te destripa el alma a todas horas hasta que ya solo quedan los huesos y ni te enteras o es un fantasma que te persigue presente hasta el día que por fin se cansa y te deja en paz.

Lo que vengo a decir es que a lo mejor te estás tú quejando del cuñado que te hace tragarte el programa de José Mota enterito de cabo a rabo, del niño que te coge una pierna y grita, del perro que suena un petardo y te mea en la pierna, de que no te dejan las piernas tranquilas, en definitiva, porque no se va a sentar nunca ni Dios a la mesa y os van a pillar las uvas, y tú a lo mejor estás un poco gruñón y todo esto te parece un trago a pasar como se pueda. Y sin embargo, es muy probable, la mitad de la gente daría un brazo por ese ratito tuyo y poder mascar cada segundo de él como si fuera el último.

Y no, no es por ponerse melodramático, ni mucho menos, sino porque lo único en lo que ya creo llegado el final de este 2022, y aún siendo un muchacho que apenas se acerca a la treintena, es en un vitalismo exacerbado que solo la vida pequeña, con sus gentes y pasiones, sustenta y argumenta. Ya sabes, son tópicos. Porque sí. Salud. Y feliz año.

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