José María Carrascal

Hipócritas

José María Carrascal
Actualizado: Guardar
Enviar noticia por correo electrónico

Imaginen por un minuto -por una hora sería insoportable- que España es Grecia, inundada de inmigrantes, subsaharianos en nuestro caso, con los parques, estaciones, plazas de nuestras grandes ciudades rebosando hombres, mujeres, niños, ancianos decididos como sea a cruzar los Pirineos, que Francia hubiera barricado con alambre espinoso y vallas de contención. ¿Hubiera puesto la alcaldesa de Madrid una gran pancarta en la fachada del Ayuntamiento que dijera «Refugees Welcome»? Y ¿hubiera pedido la oposición en bloque al Gobierno en funciones que rechazase el pacto alcanzado en Bruselas para contener esa avalancha? Porque advierto que puede ocurrir si la ruta de los Balcanes hacia Centroeuropa se cierra o, sencillamente, dejan de surtir efecto las medidas de contención que el Gobierno español ha tomado para frenar la inmigración subsahariana in situ.

Tenemos un problema tan grande que no existen soluciones ideales

Estamos ante un caso más de la hipocresía de la izquierda, que supera -¡nunca lo hubiera imaginado!- a aquella santurrona de la derecha. Todos esos lamentos por los que huyen de la violencia o hambre en sus países, todas las lágrimas por los niños muertos en las playas esconden un solo propósito: desgastar al Gobierno Rajoy. Estamos, sí, ante una tragedia de dimensiones casi apocalípticas. Pero es una tragedia que hemos creado nosotros, los occidentales, en nuestra arrogancia de creernos los más guapos e inteligentes del mundo. A los talibanes los creó aquel senador tejano que les proporcionó cohetes de hombro para derribar helicópteros rusos. Y, no sé lo que pensarán ustedes, pero para mí el comunismo es bastante mejor que el fundamentalismo islámico. Como el formidable lío armado en el Oriente Medio lo creó Bush hijo invadiendo Irak para traerse la cabeza de Sadam Hussein, algo que había evitado su padre tras derrotarle, sabiendo lo que sobrevendría: el desplome del frágil equilibrio en la zona. Y los europeos pusimos la guinda jaleando la «primavera árabe», que ha resultado un invierno o más bien un infierno. Los norteamericanos lo pagaron muy caro con las Torres Gemelas. Nosotros lo estamos pagando con ese tsunami de refugiados. Estoy seguro de que muchos, a un lado y otro del Atlántico, darían lo que fuese para que en Libia siguiera Gadafi, y en Irak, Sadam. Y menos mal que Egipto y Siria no han caído en manos de los yihadistas.

Tenemos un problema tan grande que no existen soluciones ideales. Si las ciudades europeas pusieran en sus ayuntamientos, como Madrid, una gran pancarta con «Refugges Wellcome», África y Asia se pondrían en marcha hacia ellas, aplastándolas. Europa, sencillamente, no puede resolver todos los problemas que tienen ambos continentes. Puede sólo aliviarlos, y para eso lo primero que se necesita es encauzarlos. Y lo último, convertirlos en política doméstica, como está haciendo la oposición española. Raymond Carr cita a un embajador inglés en Madrid de hace un siglo describiendo a los gobernantes locales: «Golfos de primer orden, unos petimetres fanfarrones, mediocres alumnos de actores de segunda fila del Thêatre Français”.

Los actuales, ni eso: son sólo unos hipócritas de tomo y lomo.

Ver los comentarios