José María Carrascal

Prórroga y penaltis

José María Carrascal
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La semana que empieza se anuncia con toda la fanfarria de «histórica». Y, para no perder la costumbre, puede terminar en fiasco, como esas bengalas que en vez de alzarse coloridas hacia el cielo culebrean unos metros por el suelo para apagarse con un ridículo ¡puff! Su destino es ese: mucha expectación ante el primer debate de investidura, que no cuaja. Repetición de argumentos en el segundo y, ¡puff!, los mismos resultados. Las posiciones siguen congeladas.

Iglesias no va a desaprovechar la oportunidad de convertirse en el dueño y señor de la izquierda española

Comienza entonces lo que podríamos llamar una prórroga. ¿Hay posibilidades de descongelación en alguna de las partes? Pocas, pero no hay más cera que la que arde.

El primero en moverse será Rivera, que ya anunció que no se sentirá ligado a Sánchez si no era investido. ¿Hacia dónde se dirigirá? Como de Iglesias no quiere saber nada, y viceversa, lo intentará con el PP, con el que le une bastante más que con el PSOE. Su oferta será la misma, aunque en sentido inverso: tendrá que convencer a Sánchez de que facilite la investidura de Rajoy. Difícilmente va a conseguirlo. PP y Ciudadanos pueden intentar la aventura solos, pero con 163 escaños no lo lograrían contra la alianza de socialistas, podemitas y nacionalistas que se formaría. Queda la posibilidad de que Podemos, en el último momento, se una a Sánchez y Rivera. Aunque lo vemos aún más difícil: Iglesias no va a desaprovechar la oportunidad de convertirse en el dueño y señor de la izquierda española.

¿Entonces? Entonces no habrá más remedio que acudir a los penaltis: nuevas elecciones. Serán unos penaltis a cámara lenta, dos meses, que en las circunstancias actuales representan dos años. Hacer predicciones, por tanto, son ganas de equivocar o equivocarse. La situación política puede que no varíe mucho, pero la económica, que curiosamente apenas ha influido en los últimos tiempos, tapada por la corrupción y la ideología, puede volver a primer plano si la incertidumbre empieza a pasar factura en frenazo de inversiones, subida de la prima de riesgo y aumento del paro. Ahora bien, la reacción del electorado es imposible de predecir, al haber dos opciones completamente distintas. Los conservadores pueden empezar a echar cuentas del coste que representa para ellos este bloqueo constitucional y atenerse al cauteloso consejo del refrán «más vale lo malo conocido que lo bueno por conocer», lo que representaría un reforzamiento de las fuerzas más conservadoras. Pero ni mucho menos está garantizado, porque tal deterioro de la situación económica puede recalentar la batalla ideológica y radicalizar al electorado de izquierda, harto de ver a sus dirigentes marear la perdiz sin llegar a ninguna parte, reforzando la opción de la izquierda. En España, a diferencia de otros países europeos, no hay extrema derecha. Pero hay una extrema izquierda e incluso más de una.

Entonces sí que podríamos decir que la Transición había acabado.

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