Los granos de Pablo

Salvador Sostres

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Aunque a veces parece más portavoz del Gobierno que la propia ministra Celaá, Pablo Iglesias no quiere gobernar con Pedro Sánchez, quiere chulearle. No pretende ayudarle sino vampirizarle. El líder de Podemos no se ha tomado nunca en serio la política, ni siquiera su carrera política, y lo ha demostrado tantas veces que es normal que Sánchez le prefiera de espantapájaros -para cuando necesite su apoyo parlamentario- que de socio fiable.

Si Pablo Iglesias se tomara en serio la política no filtraría ni mucho menos anunciaría lo que pacta con el presidente del Gobierno, ni se hubiera comprado una ostentosa finca que no guarda ninguna proporción con lo que les reprocha a los demás líderes; ni en 2016 habría presentado en rueda de prensa los ministros que pensaba imponerle al PSOE cuando el entonces candidato Sánchez intentaba llegar a La Moncloa con su apoyo y el de Ciudadanos.

Pablo Iglesias vive todavía en el bar de la facultad y por eso su partido no hace más que despeñarse en las encuestas. Encerrado en su narcisismo de nuevo rico, se ha convertido en el bufón de la política española. Si el populismo de la derecha ha visto cómo gracias a su operación de agitación y propaganda los socialistas tomaban el poder y ellos se quedaban sin nada, y ahí anda Albert Rivera, a solas con su injerto; el populismo de la izquierda ha topado con la medida exacta de su frivolidad y está siendo devorado por un Pedro Sánchez que puede que nos deje un desaguisado difícil de remediar, pero que ha demostrado mucha más audacia y habilidad política que estos chicos de Podemos, que nos dijeron que venían a asaltar el cielo y que al final se han conformado haciendo el hortera como unos levantados cualesquiera.

El declive de Podemos no ha sido mala suerte ni casualidad y se debe exclusivamente a la inconsistencia de su amado líder. Enseguida brilló, pero no tardamos en verle las costuras, la impostura, la absoluta falta de generosidad, su grosero deje autoritario, y que está mucho más preocupado por mirarse en el espejo que porque sus votantes puedan verse reflejados en él.

Si Pedro Sánchez está intentado aprovechar el tiempo que le quede en el poder para parecer presidenciable, Pablo Iglesias insiste en sus tonterías de adolescente con granos, de estudiante el día de la primavera, sin ninguna dirección creíble, sin ninguna personalidad que vaya más allá de sus incendiarios discursos que ya nadie escucha, y que todos redundan en la pequeña burguesía de su finquita con piscina, como hacen todos, exactamente todos aquellos a los que luego él llama corruptos, ladrones y fascistas.

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