El espejo de Torra

La hostilidad contra Felipe VI en el homenaje a las víctimas sólo ha servido para fortalecer al Rey

EFE

ALBERTO GARCÍA REYES

Torra escribió, supongo que en uno de esos brotes en los que las neuronas sólo envían descargas al tracto rectal, que «el coeficiente de inteligencia de un español y un catalán, según las estadísticas publicadas por el Ministerio de Educación y Ciencia, da una clara ventaja a los catalanes». No hace falta ponerle nombre a esto. El supremacismo es un antónimo de la razón y eso explica que la caterva independentista haya intentado imponer sus ideas depravadas sobre la elemental empatía humanitaria que exige el atentado terrorista de hace un año en las Ramblas. Quien aprovecha un oprobio sanguinario para sacar tajada de sus postulados políticos es un canalla, un loco o las dos cosas. Porque la política es, en esencia, un acto de generosidad con los demás, un servicio. Los principios democráticos han de tener a las personas en el centro de todas las cosas en cualquiera de sus derivaciones ideológicas. Lo contrario es totalitarismo podrido. Por eso el agravio que el presidente de Cataluña había diseñado para recibir a Felipe VI en el acto de homenaje a las víctimas del atentado de Barcelona es un ataque de animalismo. Mezclar las intenciones separatistas con el dolor de cuantos inocentes perdieron la vida en aquella barbarie sólo es digno de buitres. Y el juego de conjuntos opuestos unidos exclusivamente por la intersección del republicanismo es una aberración mayúscula. Yo sigo sin entender, salvo que las presuntas ideas sean sólo una coartada, cómo el comunista Gabriel Rufián puede comer en la misma mesa que un señor que asegura que los catalanes son más inteligentes que los españoles. De ahí a la superioridad de la raza aria hay un telediario.

Y a todo esto, Pedro I el Justiciero tocó el tema en catalán para no molestar. Esa cobardía resulta ya incluso entrañable. Porque el presidente de todos los españoles que felicitó a los musulmanes por el Ramadán pero todavía no se ha acordado de los católicos ni para dar gracias a Dios por su apaño para acceder al poder no censuró las pancartas con las que fue recibido el Rey, un desaire patético que Torra encuadró en sus blandengues límites de la libertad de expresión, que para Felipe VI son anchos, pero para llamarlo a él fascista son estrechísimos. Y las víctimas, de claque de este bochorno.

Su Majestad, en cambio, ha hecho exactamente lo contrario: estar por encima de las hostilidades ideológicas y arropar a las familias de los asesinados. Sin ambages. Aclarando a los perturbados secesionistas que sus enemigos son los terroristas, no los republicanos. Una lección de tolerancia que fortalece a la monarquía como viga maestra de nuestro Estado de Derecho y que deja en ridículo a quienes carecen de sensibilidad para sufrir con los que sufren.

Torra también escribió que los españoles somos «bestias con forma humana que destilan odio». Es obvio que padece el síndrome psicológico denominado «efecto espejo». España es el cristal en el que se reflejan todos sus fantasmas. Y si de verdad él fuera un ser superior ya se habría dado cuenta de que la humanidad es la madre de la inteligencia. El pobre hombre.

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