Rusia no paga, pero sobrevive

Europa debe prepararse ya para afrontar un otoño en el que los rigores de la guerra comercial se dejarán sentir con una fuerza inédita

Editorial ABC

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Calificada de farsa por el Kremlin, la suspensión de pagos en la que de manera oficial incurrió ayer Rusia no pasa de ser la constatación, de momento simbólica, de las consecuencias económicas de la guerra comercial declarada por Occidente en respuesta a la invasión de Ucrania. Vladímir Putin tiene fondos suficientes para hacer frente al pago de su deuda, pero el bloqueo del rublo le ha impedido satisfacer sus obligaciones financieras, lo que va a dificultar que en adelante pueda vender sus bonos en los mercados extranjeros, alertados desde hace meses de los riesgos que conlleva invertir en una economía sitiada por el mundo libre, con unas cifras de inflación que superan de largo los ya de por sí elevados estándares europeos y con una recesión que aún no ha tocado fondo.

Pese a la adversidad de esta coyuntura, Vladímir Putin cuenta con dos ventajas: el silencio de una opinión pública sometida por su aparato represivo y sin margen para la protesta y, por otra parte, el filón de sus yacimientos de gas y petróleo, fuente de ingresos que pese a las sanciones internacionales no ha dejado de manar, en buena parte en dirección a Europa. En su primera salida al extranjero desde el comienzo de la agresión a Ucrania , el presidente ruso viaja hoy a la antigua república soviética de Tayikistán, y mañana se desplaza a Turkmenistán, sede de una cumbre regional de los países del mar Caspio. No le faltan aliados a Vladímir Putin para sobrevivir al creciente bloqueo de sus exportaciones de combustible: la pasada semana escenificó con los denominados Brics –Brasil, India, China y Suráfrica– su capacidad para romper el aislamiento programado desde Occidente y buscar nuevos mercados. Es en este escenario de bloqueos, atajos y vías de escape alternativas en el que se mueve Europa, que mientras refuerza la defensa oriental de la UE se prepara ya para afrontar un otoño muy crudo con los rigores de la guerra.

Antes de que llegue el invierno, y en previsión de nuevos y drásticos cortes de suministro, la Unión Europea ha recomendado a sus socios que llenen los depósitos de gas al menos hasta el 80 por ciento de su capacidad y que compartan sus reservas ante la hipótesis, más que probable, de que Moscú cierre el grifo de forma completa para desestabilizar aún más las economías europeas, donde Putin es consciente de que existen unas sociedades libres que se rebelan contra cualquier pérdida de poder adquisitivo y calidad de vida. Por otra parte, el G–7 tiene ya en estudio un acuerdo que penalizaría a aquellos terceros países que no respeten un tope para el precio del gas ruso. Según se enquista la guerra que Ucrania libra contra el Kremlin, Occidente se rearma en el frente de los mercados que alimentan la maquinaria totalitaria del Kremlin. Aunque Zelenski insista en proclamar su optimismo y en abogar por el final de la guerra, el choque entre el mundo libre y Rusia, propiciado por Putin, no ha hecho más que empezar. También sus consecuencias. Ucrania pone los muertos y la UE sacrifica un estado de bienestar que el presidente del Eurogrupo ya anunció la semana pasada que se verá más menguado aún. La complacencia y el triunfalismo, traducidos en gasto e irresponsabilidad presupuestaria, representan el peor remedio para sobrevivir a este combate, inédito desde el siglo pasado en una Europa que ha de asumir el creciente coste de su propia libertad. Ajustarse el cinturón, y abandonar la demagogia que criminaliza cualquier recorte, es una obligación moral, no solo para proteger la economía, sino para evitar los estallidos sociales que Putin cultiva desde Moscú.

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