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Francia juega con fuego

Las elecciones legislativas en Francia están demostrando un peligroso hartazgo de los ciudadanos con la democracia, especialmente de los jóvenes, y eso es un vivero para el radicalismo

Editorial ABC

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La primera vuelta de las elecciones legislativas ha dejado un resultado provisional preocupante para la estabilidad de Francia y el proyecto europeo. Aunque el sistema francés otorga amplios poderes al presidente de la República, no son los suficientes para soslayar los condicionamientos que podría imponer una mayoría parlamentaria adversa. Este es un escenario posible para Emmanuel Macron, después de que su partido ganara la primera ronda por la mínima, apenas una décima, a la coalición de izquierda liderada por Jean-Luc Mélenchon. Macron se apoya ahora en una mayoría absoluta que no tiene garantizada para el próximo domingo, salvo que sus candidatos atraigan el voto no populista de derecha e izquierda para evitar que la coalición de izquierdas esté en condiciones de exigir la jefatura de gobierno.

Estos resultados tienen un profundo significado político para Francia y para Europa. En plena convulsión por la invasión rusa en Ucrania y con un proyecto europeo en transformación por la nueva amenaza de Moscú, los franceses no se sienten concernidos por la necesidad de reforzar sus instituciones democráticas. Más de la mitad, el 52 por ciento, no votaron el pasado domingo, generando una abstención desconocida en la historia de la V República. Además, las opciones elegidas por los franceses a continuación del partido de Macron son las que representan el populismo de izquierda y de derecha, Mélenchon y Le Pen, separados por la identificación nominal de sus ideologías, pero cercanos en dos aspectos peligrosamente activos en la actualidad: el soberanismo nacionalista y el rechazo a la Unión Europea y a la OTAN. Nadie debería sorprenderse, con estos precedentes, de la proximidad de Mélenchon y Le Pen con los postulados de Moscú, aunque manifiesten su disconformidad aparente por la agresión de Putin a Ucrania.

Además, los discursos nacionalistas de Mélenchon y Le Pen han captado casi el 45 por ciento de los votos, un lastre para Francia si quiere seguir el paso de Alemania, una vez que este país ha decidido poner punto final a las limitaciones de la posguerra y avanzar a un rearme que colocará su potencia militar a la par de su potencia política y económica. La desaparición del socialismo francés explica también el auge de la extrema izquierda, porque los socialistas han decidido no seguir identificándose como una opción de gobierno europea, moderna y socialdemócrata. Han preferido perder la vida política a morir en las urnas, aunque al final les sucederán ambas cosas. Este mensaje del socialismo francés es letal para la socialdemocracia continental porque significa su adhesión al euroescepticismo y a la fobia atlántica, y da carta de naturaleza a un populismo que, como el de Mélenchon, no quiere convivir con la izquierda democrática, sino acabar con ella para imponer la hegemonía de la izquierda extremista.

El hartazgo de los ciudadanos con la democracia, especialmente de los jóvenes, es un vivero para los radicalismos. Los discursos simples, las recetas básicas y el señalamiento de enemigos fáciles (la inmigración, Bruselas, el globalismo, etcétera) calan en ciudadanos legítimamente preocupados por problemas que el sistema democrático parece no resolver, y se revuelven oscilando entre la abstención inútil o el desahogo populista. Una victoria clara de los partidos europeístas y atlantistas dará a Francia y a Europa la estabilidad que se precisa para defender la democracia liberal y despejar la amenaza de los populismos, pero también para dar soluciones a los problemas de los ciudadanos.

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