Editorial

Cansados del nacionalismo

Las soflamas de la Diada, cuyos participantes aparentaron ayer unidad en el victimismo y el delirio, dan forma a la cortina de humo que esconde la fractura interna del separatismo

Editorial ABC

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La realidad catalana se está simplificando en torno a una conclusión: ni el Gobierno socialista de Pedro Sánchez ni el Ejecutivo separatista de Pere Aragonès tienen un proyecto viable para Cataluña. Los catalanes ven a diario cómo se cumple aquel vaticino de Aznar: antes se romperá Cataluña que España. Así está siendo. Sánchez gestiona con oportunismo el conflicto separatista. Se aprovecha de él cuando necesita sus votos y lo desprecia cuando le molesta. Aragonès y compañía tienen motivos para sentirse engañados, porque el presidente del Gobierno no es fiable, algo que sabían cuando negociaron con él, porque para que el líder del PSOE pactara con ellos tuvo antes que ser desleal con el resto de los españoles. Pueden sentirse timados, pero no tienen derecho a quejarse.

La gestión política del problema separatista en Cataluña ha adquirido tintes de comedia bufa. La vicepresidenta Yolanda Díaz se alegra en público de que haya fracasado el proyecto del Gobierno al que pertenece para la ampliación de El Prat, confirmando que a Sánchez o no le importa la cohesión de su gabinete o no se respeta a sí mismo como presidente del Gobierno. Un jefe del Ejecutivo con autoestima no permitiría semejante burla de su vicepresidenta. Si el Gobierno central no tiene plan para Cataluña -siquiera cuando está dispuesto a desembolsar 1.700 millones de euros-, no tiene mejor aspecto el equipo de Pere Aragonès. La coalición entre ERC y Junts es una crisis continua, con la CUP apretando desde fuera para radicalizar las políticas de la Generalitat. Las acusaciones mutuas entre los republicanos y los de Puigdemont colocan en segundo plano la labor de oposición de los partidos constitucionalistas. Más que separarse de España, los nacionalistas se están separando entre ellos y dividiendo, como siempre, al resto de catalanes.

También ha sido un fraude el famoso ‘interés general’ del indulto a Oriol Junqueras, esa especie de Nelson Mandela deseado por el pueblo catalán, que en la madrugada de ayer tuvo que escuchar abucheos y gritos de «traidor». Su excarcelación fue presentada por el Gobierno como una necesidad para la estabilidad política de Cataluña y para cerrar heridas. El indulto a Junqueras es el timo del “reencuentro”. Pues ahí está Junqueras en la calle, y el clima político catalán se pudre de forma imparable, mientras Sánchez pliega velas -o eso aparenta-, porque las encuestas siguen mandando al PSOE a la oposición. El aviso madrileño del 4 de mayo sigue muy vivo en la opinión pública, los socialistas ven que han agotado el cartucho de una crisis de gobierno, Cataluña no revierte beneficio, la inflación se come los ahorros familiares de la pandemia y el precio de la luz se carga el discurso ‘social’ del PSOE y de Unidas Podemos. La mesa de diálogo entre ambos gobiernos tendrá que ser una sesión de magia para que ambas partes saquen de la chistera algo que justifique tanto pacto espurio y tanto indulto injusto. Corren el riesgo de que se convierta en la mesa de una autopsia.

El cansancio provocado en los ciudadanos se reflejó ayer, en una Diada marcada por una asistencia muy escasa -108.000 personas, según la Guardia Urbana de la equidistante Ada Colau, muy lejos de los 400.000 asistentes contabilizados por la ANC- y poco entusiasmo, que explica la caída del apoyo social a la independencia y a la ruptura con España. Las soflamas de ayer, cuyos participantes aparentaron unidad en el insulto, el victimismo y el delirio, dan forma a la cortina de humo que esconde la fractura provocada por el separatismo, no ya en el conjunto de España o entre los catalanes, sino en su propio seno, hasta donde llega la sensación de fracaso, inviabilidad y engaño.

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