Aborto, un debate necesario

Matar a un feto humano no tiene nada de progresista, por mucho que se disfrace de ‘derecho reproductivo’; incluir el aborto como ‘derecho fundamental’ sería un gravísimo error

Editorial ABC

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La filtración de la sentencia que podría dar un vuelco a la doctrina del Tribunal Supremo de Estados Unidos sobre el aborto ha generado una respuesta de los sectores abortistas con claros sesgos autoritarios. El propio presidente Biden ha clamado por una reacción en las urnas para proteger lo que él llama «derecho fundamental» de la mujer. Un mandatario de tan alto nivel debería mostrar prudencia, por lo menos la necesaria hasta que la sentencia sea dada a conocer oficialmente. En todo caso, los magistrados conservadores del Supremo americano han mostrado una audacia que reside no solo en provocar un cambio histórico en el régimen legal del aborto, sino también un debate actualmente sepultado por miedo de quienes discrepan de la denominada interrupción voluntaria del embarazo a recibir una condena pública.

Por lo que se sabe del borrador de sentencia, el Supremo de EE.UU. no se propone prohibir el aborto, sino derogar su condición de derecho constitucional y remitir su legislación a los Estados federados. El primer efecto de la sentencia es crucial para reabrir el debate sobre el aborto, porque la tendencia de los sectores proabortistas -en los que militan ateos, agnósticos y creyentes, conservadores y progresistas- es lograr que sea constitucionalizado como un derecho humano, por tanto, de obligado respeto por todo gobierno. Este objetivo sí sería un retroceso para la Humanidad en su conjunto. El aborto provocado es la muerte intencionada de un ser humano con prácticas quirúrgicas diseñadas para eliminar la vida. Que a ese ser humano se le reconozca o no personalidad jurídica es algo que depende de la visión de los legisladores sobre la vida. Pero no hay posibilidad científica ni ética de negar la condición humana al feto que se desarrolla en el vientre de una mujer. La evolución de la Humanidad se ha caracterizado porque sus leyes han ido mejorando la dignidad del hombre, liberándolo de la esclavitud, de la opresión, de la desigualdad. El aborto es la antítesis de este progreso. Es una falsa solución, trágica e irreversible, a problemas que tienen alternativas mucho más civilizadas y razonables. Matar a un feto humano no tiene nada de progresista, por mucho que se disfrace de ‘derecho reproductivo’, sino que representa una actitud atávica, porque el aborto es una lacra que acompaña al hombre y a la mujer desde los inicios de la historia.

Matar a otro nunca puede ser un derecho. Lo era en legislaciones primitivas, cuando no existía orden político, servicios públicos, conciencia de dignidad. El abortismo desampara al más débil, le obliga a morir sin nadie que lo defienda, hace pagar al feto las consecuencias de decisiones ajenas, su muerte está prejuzgada sin que se valore siquiera la existencia de un conflicto, algo tan propio de las leyes civilizadoras.

Es muy difícil defender la existencia de derechos humanos fundamentales si no se respeta su premisa, que es el derecho a vivir para poder disfrutarlos. Y si se ha llegado a esta situación es porque la sociedad del bienestar no quiere problemas con el discurso autoritario del progresismo. En definitiva, el feto que acaba en un cubo de basura después de haber sido succionado o descuartizado no tiene nombre, ni rostro, ni historia. En España, este es el destino anual de más de 90.000 seres humanos a los que no se concede una oportunidad. Tampoco el Tribunal Constitucional español, todavía mirando un recurso de inconstitucionalidad presentado hace doce años contra la ley socialista del aborto.

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