Testimonios del coronavirus

Carta de una enfermera de una residencia: «Soy testigo de cómo muchas vidas se van apagando y se convierten en un número»

«No tengo miedo de contagiarme, sí no de no saber afrontar la situación con la suficiente valentía y coraje que requiere»

Una enfermera.

Ma. del Carmen Valencia

Soy enfermera de una residencia de mayores pequeñita, a la que considero familiar. Antes allí se respiraba un aire alegre, con actividades, charlas y conversaciones con los residentes, pero desde que esta oleada llegó a nosotros esas sensaciones se han cambiado por un huracán de tristeza , y florecen pasillos nublados por la soledad y aislamiento tanto físico como psicológico de los pacientes .

Hoy he trabajado como un día más, sin poder reducir las revoluciones por minuto a las que se encuentra mi cuerpo y mi mente desde hace semanas. Me despierto por la mañana intentando agarrarme a lo más hondo de mí, respirando un último aliento de fuerza y esperanza para regresar al campo de batalla nuevamente .

Pero cada día me pregunto qué tendrá ese ambiente para que, a pesar de ser triste, solitario y desesperanzador, cuando me pongo el pijama me hace dar lo mejor de mí misma y prestarme de esta manera tan vocacional que esta profesión conlleva, e ir de habitación en habitación tratando de manera individualizada a cada uno de los residentes.

En cada habitación entro con mi EPI, con más fuerza que nunca, con vitalidad y sobre todo alegría, esa que desde hace un tiempo atrás se desvaneció. Trato de seguir el protocolo implantado en esta nueva situación para evitar los posibles contagios que puede llevar incumplirlo.

Si hay algo que duele y penetra en lo más hondo de mí es la falta de tiempo que tengo para incluir dentro de mis cuidados de enfermería un poco de afecto psicológico hacia mis pacientes, un poco de esas conversaciones que antes mantenía con cada uno de ellos. Intento hacérselo saber, pero ellos no entienden que ahora, por la situación en la que estamos, no puedo prestarle esos cuidados tan especializados e individualizados. Al escuchar las palabras que me dedican inevitablemente se me parte el alma y los ojos se me inundan en lágrimas.

Puede que sea absurdo, pero cada uno de los residentes a los que cuido me salvan a mí, ya que solo con que me miren, me sonrían o me hagan una muestra de afecto me dan energía, valor y coraje para seguir luchando día a día contra esto.

Soy testigo de cómo muchas vidas se van apagando llenas de impotencia y se convierten en un simple número , que por desgracia no dejan de aumentar, porque la enfermedad se está cebando en las residencias, y sobre todo con este grupo de riesgo tan vulnerable como es la geriatría.

El Covid-19 lo ha cambiado todo, y no de una manera física, sino más bien de una manera psicológica, emocional y valorativa. Hasta el punto de que llego a pensar que esto no se está valorando lo suficiente, y eso hace perder la motivación de los profesionales sanitarios, pero no la esperanza, eso permanecerá siempre en mí.

Para esto no te preparan cuando decides hacer el grado en enfermería . Mi profesión es totalmente vocacional. Las técnicas se aprenden durante los años académicos, pero psicológica y emocionalmente se aprende con la experiencia. Y estoy segura de que esta será una de las que más me enseñará tanto a nivel personal como profesional.

Obviamente detrás del pijama verde no hay un superhéroe sino una persona, con un pasado, una vida y un futuro. No tengo miedo de contagiarme, sí no de no saber afrontar la situación con la suficiente valentía y coraje que requiere. La resiliencia es importante para salir lo más ilesos posible a nivel psicológico y aprender de todo esto.

Tengo 27 años y cada día que regreso del trabajo me esperan mi madre y mi hermano como aquel que espera el agua de mayo. Tanto ellos como mi pareja me animan a continuar en esta batalla . Cada turno es uno más que pasas con la incertidumbre de no saber si estás contagiada. Y de preguntarte una y otra vez si estoy afrontando de manera adecuada está situación tan excepcional.

No quiero acabar estas lineras sin dirigirme a los familiares de los residentes que luchan cada día junto a mí. Quiero resaltar la fuerte comprensión, respeto y empatía que muestran algunos de ellos. Os puedo asegurar que amor y cariño no les falta a los residentes. En estos momentos solo retumba en mi cabeza una frase de mi abuela, quien en su día me dijo: “Mi niña, has elegido una profesión muy muy dura”. Cuánta razón llevaba.

* María del Carmen Valencia del Campo es enfermera y vive en Calzada de Calatrava, Ciudad Real.

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