Borrell

Ha sido el primer acierto de Pedro Sánchez. Es un catalán con prestigio en Europa y con una idea de Cataluña y de España que parte de la realidad y no del complejo

Salvador Sostres

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Josep Borrell ha sido el primer acierto de Pedro Sánchez. Un acierto que, aunque ahora parece obvio, no era fácil tener la idea. Borrell es un catalán con prestigio en Europa y con una idea de Cataluña y de España que parte de la realidad y no del complejo. Su altura intelectual es indiscutible, y su vanidad siempre la ha puesto en favor de su obra y nunca de su persona, como fue el caso de su predecesor en el cargo, un Margallo tan ansioso por parecer siempre el más listo de la clase que se olvidó de que su cometido era España y permitió que un Romeva cualquiera -porque Romeva es un cualquiera- le acabara ganando la batalla de la propaganda internacional del proceso independentista. «La internacionalización del conflicto», dijeron. Y mientras Margallo se miraba al espejo, lo consiguieron.

Borrell es un tozudo de la Pobla de Segur y nunca le han importado las heridas que la política le ha dejado tanto como su misión -él siente que la tiene y nunca ha dejado de insistir en ella- de explicar aquello en lo que cree. De hacerlo, de realizarlo, cuando ha podido, pero sobre todo de explicarlo para que todo el mundo lo entendiera, en su racionalista ilusión -ingenua pero encomiable- de que si la gente le entendía entonces le apoyarían y todo en este mundo sería más fácil. Y aunque sangre jacobina corre por sus venas, «Hacienda somos todos» fue una revolución en su momento, y continuó habiendo defraudadores, pero muchos entendimos por qué teníamos que pagar impuestos.

Ha pasado tantas veces por ser el malo que cuando le vemos sonreír hasta nos extraña. La jugada que le hizo El País para anularle como candidato a la presidencia del Gobierno, porque Felipe prefería a Almunia, fue de las más indignas que hemos visto en tiempo. Borrell puede decir -y no hay demasiadas personas que puedan permitirse este lujo- que ninguno de sus detractores, y los ha tenido furibundos, es más inteligente que él.

El presidente Sánchez habría podido caer en la tentación de nombrar a Borrell ministro de Hacienda o de Economía. Habría sido lo más fácil, aunque no le hubiera sacado todo su provecho. España tiene ahora un ministro de Exteriores que conoce por igual lo que defiende que aquello de lo que se defiende, que está acostumbrado al tablero donde le tocará jugar, y que le sobra clase, nivel y audacia para no caer en el conformismo y en la vulgaridad.

De cara al mundo, Borrell con su pedagogía civil, ciudadana, catalán no nacionalista, español sin las exageraciones de los que esconden sus complejos y sus miedos en un patriotismo tan demencial como insincero. De cara a España, diálogo, gestos humanitarios, acercamiento de presos. Son los equilibrios del nuevo presidente. Puede que le hagan saltar por los aires. Pero podrían salirle bien, sobre todo si la derecha pierde la cabeza y con una ira loca le ayuda a centrarse.

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