El arte de la omisión

Al presidente del Gobierno le iría mejor practicar ese arte de la omisión

Pedro Sánchez, presidente del Gobierno EFE
Pedro García Cuartango

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Suelo dividir a los escritores en dos categorías. En la primera figuran los autores que se recrean en los detalles y necesitan explicar los hechos de forma minuciosa hasta apabullar al lector. En la segunda incluyo a los que prefieren contar lo esencial y dejar volar la imaginación del que se adentra en sus páginas.

Ejemplo de la primera forma de escribir podrían ser Balzac y Dostoievski. El narrador francés describe una calle de París deteniéndose en cada edificio, cada portal, su historia y las personas que lo habitan. O dedica un par de páginas a contarnos cómo está amueblado el comedor de la pensión en la que vive Goriot. Dostoievski necesita una larga novela para explicar los remordimientos de Raskolnikov.

Flaubert, en cambio, nos indica que Madame Bovary ha entrado en una calesa con su amante y que ha permanecido allí varias horas con las cortinas cerradas. Le bastan dos líneas para contar lo que a Balzac le hubiera llevado un capítulo de 30 páginas con profusión de detalles de lo que sucedía en el interior.

A veces he pensado que genios como Balzac, Dickens y Dostoievski alargaban sus tramas porque eran publicadas por entregas en los periódicos y naturalmente cobraban en función de la extensión. El escritor francés, que siempre tenía deudas y era muy aficionado al lujo, desarrolló una técnica virtuosa para mantener en vilo a los lectores.

Esta clasificación de los escritores se puede hacer extensiva a los políticos. Napoleón, Mussolini y Churchill, tres tipos totalmente distintos, eran aficionados a los largos discursos para conmover a su auditorio. Por el contrario, Cromwell, Bismarck y Stalin eran parcos en palabras, quizás porque no necesitaban justificación para ejercer su caudillaje.

En España, los nuevos dirigentes como Rivera, Iglesias y Casado pertenecen más bien a la primera categoría. Les gusta hablar y dominan la oratoria, lo cual les suele crear algunos problemas. En cambio, Rajoy era muy dueño de sus expresiones y su parquedad le evitaba meter la pata.

Todavía no sé en que clasificación encaja Pedro Sánchez. Dijo que convocaría elecciones de inmediato y cambió de opinión a los pocos días, prometió derogar la reforma laboral y parece que ha abandonado esa intención y, tras descalificar a Torra por supremacista, ahora le tiende la mano para negociar. Desde luego al presidente del Gobierno le iría mejor practicar ese arte de la omisión, que reside en guardar silencio y sugerir sin concretar.

Creo que el mayor error de Sánchez ha sido prometer demasiadas cosas en muy poco tiempo. Si no se hubiera comprometido a nada, hoy no tendría ningún problema y muchos le atribuirían un gran talento. Y es que en política es más importante saber callar que dejarse llevar por la tentación de hablar. Por la boca muere el pez, como dice el viejo proverbio castellano.

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